Ni su guerra, ni su paz

“Debemos aniquilar a los enemigos de la República… y despojar de la nacionalidad a aquellos que desprecian el alma francesa.”
Manuel Valls, Primer Ministro, 14 de noviembre 2015

Si hay que reconocer alguna continuidad a la República francesa, es precisamente la de los homicidios en masa. Del Terror de Estado de 1793-94 que justamente generó la palabra terrorismo, a la aniquilación de los insurrectos de 1848 y los de la Comuna de 1871, de la colonización y la deportación de los judíos permitida gracias a los fichajes anteriores, a la masacre de los manifestantes argelinos en 1961 en pleno corazón de París; todas las Repúblicas francesas masacraron generosamente a fin de que los poderosos continúen dominando y explotando a todo el mundo. La República francesa es una montaña de cadáveres en la que la escoria que se encuentra en la cumbre solo se ha podido mantener mediante la eliminación de sus verdaderos enemigos, los rebeldes y los revolucionarios que han luchado por un mundo de justicia y libertad. El “alma francesa” en caso de que esta pendejada sin nombre existiera, seria un cartel desbordante de voces que gritan venganza contra los burgueses, los políticos, los esbirros, los militares y los curas que las pisaron para afirmar su propio poder.
Pero todo eso ha quedado en el pasado, ¿no? ¿Décadas de participación ciudadanista, integración mercantil y de desposeimiento generalizado de verdad hicieron olvidar a quien conserve un pizco de sensibilidad que disparar a las masas no es exclusivo de lejanos terroristas? Que hace unos años el Estado francés hizo su retorno espectacular en la escena internacional del terrorismo estatal, multiplicando sus ataques militares en todo el planeta (Libia, Malí, Afganistán, Costa de Marfil, Somalia, África Central, Iraq, Siria). Cada vez cambia el pretexto, pero las razones son siempre las mismas: mantener el control de los recursos estratégicos, ganar nuevos mercados y zonas de influencia, preservar los propios intereses ante los competidores, impedir que las insurrecciones se transformen en experimentos de libertad. Y, por si fuera aún necesario, lanzan advertencias para prevenir a los apáticos que esta lógica belicista no conoce de limites territoriales: la muerte de un manifestante el año pasado en Sivens, o los cuerpos acribillados por esquirlas en Notre-Dame-des-Landes y Montabot recuerdan que las granadas son lanzadas sin dubitaciones, incluso aquí mismo, contra las multitudes para sembrar el terror.
Porque, ¿que es el terrorismo si no golpear a las masas de manera indiscriminada para intentar conservar o conquistar el poder? Un poco como hacen los ricos matando y mutilando cotidianamente millones de seres humanos en el trabajo en el nombre del dinero que ganan con la explotación. Un poco como hacen los industriales y sus lacayos en bata blanca envenenando permanentemente toda la vida sobre la faz de la tierra. Un poco como todos los Estados que encierran y torturan a fuego lento a los excluidos de su paraíso mercantil y a los rebeldes con sus leyes, encerrándoles durante años entre cuatros muros. Un poco como estos grandes demócratas que hicieron del Mediterráneo un cementerio poblado de miles de indeseados bajo la única culpa de no tener un valido pedacito de papel. Pero la paz del Estado y del capitalismo tiene ese precio. La paz de los poderosos es la guerra contra los dominados, tanto al interior como al exterior de las fronteras.
El 13 de noviembre en París, las reglas del juego fueron respetadas. Se proclame islámico o republicano, califato o democracia, el Estado sigue siendo el Estado, o sea una potencia autoritaria la cual violencia de masa, es ejercitada contra todos aquellos que no se someten a su orden. Uno de los principios de cada Estado es de reconocer solamente a los súbditos. Los sujetos que deben de obedecer a las leyes dictadas desde lo alto, es decir el opuesto de individuos libres que puedan auto-organizarse sin ser dirigidos ni dirigentes. Desde los bombardeos de Dresden e Hiroshima hasta los pueblos vietnamitas roseados con napalm o a aquellos de Siria bajo barriles repletos de TNT, los Estados nunca titubearon en sus sucias guerras para sacrificar a una parte de la propia población o la de los adversarios. Golpeando a los pasantes parisinos para castigar a su Estado, los soldados del Daesh [Isis] no hicieron nada más que reproducir la implacable lógica de sus adversarios. Una lógica terrible, terrible como cualquier poder estatal.
El Estado de emergencia decretado ayer en Francia, medida de guerra interna de un gobierno que adecua el país a su política de terrorismo internacional, no es nada más que un ulterior paso en la praxis de base de cualquier gobierno que quiere la normalización forzada de la vida, su codificación institucional, su estandardización tecnológica. Porque si el Estado mira el futuro, ¿que es lo que ve? Crac económicos, desempleo masivo, escasez de recursos, conflictos militares internacionales, guerras civiles, catástrofes ecológicas, éxodos de poblaciones enteras…. Ve entonces un mundo siempre más inestable, en el cual los pobres son siempre más numerosos y concentrados, un mundo que supura desesperanza, que se convierte en un enorme polvorín, presa de tensiones de todos los tipos (sociales, identitarios, religiosos). Un mundo en el cual el incendio de una mínima chispa, sea cual sea, no puede ser tolerada por una democracia siempre más totalitaria. Entonces, precisamente el “ciudadano” tiene el significado de “esbirro”, la “guerra contra el terrorismo” significa sobre todo guerra contra todos aquellos que rompen los barrotes del poder. A todos lo insumisos de la pacificación social, a todos los desertores de las guerras entre poderosos y autoritarios, a los que saboteamos la Unión nacional….

Un sujeto malvado, enemigo de la República y de todos los Estados
París, 14 de noviembre 2015

Tomado del Dossier al numero 7 de la revista Negación. Traducido desde cettesemaine.info/breves/

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