Llegó tranquilamente, un viernes en la mañana y se dirigió hacia oeste de París. En una zona saturada de polvo por una cumbre internacional todavía en curso y un estado de emergencia en vigor desde hace ya demasiado tiempo. Alrededor de el bullen hombres en uniforme y otros de civil, con armas de guerra en las espaldas, listos para desenfundar. Unas decenas de metros más allá los ballets de las berlinas con los vidrios polarizados no desean nada bueno a los enemigos internos.
En la calle rue du Faubourg-Saint-Honoré no existe el número 13, fue suprimido por la superstición dogmática de la emperatriz Eugenia, una orden escrupulosamente respetada por todas las Repúblicas sucesivas, aunque el Estado, la ciencia y la economía se volvieron los Dioses más visibles de la basura que puebla las cumbres. Que importa, el hombre no se preocupa por estas anécdotas, no es con la historia que se cita, mas consigo mismo. Prosigue su camino hasta el número 72, enmarcado por dos pequeños arbolitos de Navidad tan falsamente nevados como ridículamente kitch. Toca el timbre de la puerta. Le abren. Toca una segunda vez y la segunda puerta reacciona de la misma manera. Algunos minutos más tarde está de nuevo recorriendo la misma acera, en el corazón de la zona roja más protegida de un país en guerra. Con la bolsa un poco más pesada. Ligeramente más pesada, pero sólo el es consciente de eso. Se aleja de ese barrio con mala fama de la misma manera como había llegado, tranquilamente. Unos metros más allá los asesinos jurados del Elíseo, de la residencia oficial del embajador de los Estados Unidos y del ministerio del interior siguen su sucio trabajo, imperturbable.
La alarma se dio demasiado tarde. Hacia las once, los relojes de lujo de cuatro escaparates de la joyería Chopard fueron vaciados por un sólo hombre “que se presento bien” y “no llamo la atención”, en las narices de los dispositivos de seguridad de las calles limítrofes. Por más de un millón de euros. Alguien alargó el brazo – armado de determinación y de audacia – para aligerar a un negocio de sus valores concentrados en abundancia. Objetos que no le faltarán a nadie y que ahora hacen del hombre uno de los más buscados de la capital, de esta capital en la cual nada más debe de pasar. Sólo una semana antes, el poder presumió un declive del 16% de los hurtos en la región parisina después del 13 de noviembre. El hombre tal vez sonrió escuchando esas cifras. ¡Ciertamente no es el quien contribuyó a alimentarlas!
Una radio local emite la noticia de manera intermitente, con un tono escandalizado al mismo tiempo que espantado. Del otro lado de las ondas, ninguna duda viceversa que diversos oyentes se alegraron por el desconocido con determinación intacta. Algunos con la rabia en el corazón y la libertad como pasión, se habrían tal vez preguntado en voz baja: ¿Y si en lugar de mantenerse en una posición defensiva protestando (en vano) contra un estado de emergencia destinado a mantenerse eternamente, no seria más bien la hora de desafiar al terrorismo de Estado continuando con el desarrollo (fructuosamente) de nuestras actividades subversivas no obstante el estado de emergencia? Porque con un poco de fantasía e imaginación todo es siempre posible para aquellos individuos que no se resignan.
París, 11 de diciembre 2015
Tomado del Dossier al numero 7 de Negación. Traducido desde cettesemaine.info/breves/