Esbozos sobre la Insurrección y su entorno
Perspectivas insurreccionales
Así, podríamos decir que el punto de partida de la tensión “insurreccionista” (que históricamente ha existido siempre dentro del anarquismo, así como de otras corrientes revolucionarias) es simplemente la idea de que, para disponer de espacio y de tiempo propicios para la subversión, es necesaria una ruptura. Que el desarrollo de ideas y de mentes es y debe evidentemente, ser permanente, pero que hay también necesidad de cortar, aunque sea de forma temporal, la corriente que alimenta la reproducción de las relaciones sociales. Partiendo de esta constatación de base, un gran número de compañeros piensan que, es deseable y necesario contribuir a la creación de estos momentos de ruptura, tanto a un nivel mas concreto como a escala de una sociedad entera. Es en este sentido que hablamos de perspectivas insurreccionales, ligando voluntariamente las revueltas individuales con los fenómenos de contestación de masas, e incluso de black-out social. De hecho, ningun antagonismo social existe en abstracto, se basa entre individuos de carne y hueso (individuos ciertamente mutilados por la dominación, pero vivos), es decir en su rebelión o en su revuelta.
Más allá de la etiqueta y de la ideologización que surgieron en ciertos contextos, ese punto de partida nos sigue pareciendo valido, y no puede ser liquidado por una crítica que toma la imagen totalitaria que la dominación ofrece por si misma de la realidad -condenándonos así al suicidio o a retirarnos al campo (los huertos)-, como tampoco por aquellos que se esfuerzan en separar las tensiones a nivel individual y de los antagonismos sociales, reduciendo así la revuelta y la acción a palos ciegos o a simples expresiones de frustración. No erijamos, falsas oposiciones entre revueltas individuales y las luchas intermedias, entre “minorías activas” y la conflictualidad social, ni en un sentido ni en el otro. Seria, por ejemplo absurdo llegar a afirmar que la “revuelta individual” no tiene nada que ver con una perspectiva insurreccional. Si, por ejemplo, el objetivo de un Bresci fue, sobre todo, vengar la muerte de centenares de obreros golpeando a uno de los mayores responsables de la represión (asesinato del rey Umberto I en 1900), Vander Lubbe pensó, por su parte, el acto incendiario del Reinchstag en 1933 como un gesto que podría desencadenar la insurrección de ciertas capas de la población y de las fuerzas revolucionarias contra el régimen nazi. La acción minoritaria o individual no se opone a la insurrección, es incluso una parte integrante e indispensable. La cuestión es simplemente saber en que perspectiva se sitúan estos actos y maneras de actuar.
Por supuesto, declararse a favor de una insurrección no es suficiente para poder hablar de perspectivas insurreccionales. Desear la insurrección es una cosa, desplegar una actividad para llegar a ella, es otra. Mas allá de otras mil razones que han podido empujar a compañeros a apropiarse de este término en ciertos momentos historicosN1, podríamos decir que el “insurreccionalismo”, trae consigo el cómo llegar a una insurrección, es decir, antes que nada, los métodos para poner en practica, unirlos y “temporalizados” en una proyectualidad. Se puede, por ejemplo, evocar los métodos desarrollados en los años 80’s en Italia en relación a las luchas intermediasN2, apuntando a destruir un objetivo (“una estructura”) especifico y concreto, pasando por un proceso social, insurreccional.
Hoy, a la vista de los recientes cambios sociales y económicos, cada vez más los compañeros se preguntan si este método de “luchas intermedias” todavía es el más adecuado para contribuir a que los conflictos sociales tomen un carácter insurreccional. Replantear la validez de este método no significa, sin embargo, necesariamente cuestionar la perspectiva de una ruptura, y la cuestión seria mas bien no invertir el camino: continuar a partir de nuestras ideas y nuestras exigencias; intentar analizar la situación social delante de nuestros ojos, pensar nuestro ángulo y nuestro campo de “intervención”; y desde ahí, intentar poner en práctica métodos que por un lado correspondan a nuestras ideas (la preciada coherencia entre los fines y los medios) y del otro lado sean incisivos en la conflictualidad social. No hace falta decir que nuestros criterios (auto-organización de la lucha, conflictualidad permanente y ataque), si queremos definirlos así, no cambian en la medida que se transforma la realidad social.
Afinidad y organización informal
La cuestión organizativa siempre ha ocupado un lugar importante en los debates dentro del movimiento revolucionario, y a menudo, con muchos más matices de lo que se podría pensar. En la época “insurreccionista” de la primera internacional en Italia, Cafiero defendía la organización descentralizada en “puñados de compañeros independientes unos de los otros” en lugar de una organización centralizada; mientras que cuarenta años más tarde los anarquistas españoles organizados justamente en grupos de afinidad para apoyar justamente un ciclo de revueltas, de ataques y de insurrecciones durante varios años, se federaron formalmente en una organización especifica anarquista. Un poco antes de estos años revolucionarios españoles, podemos citar también a los compañeros de la corriente “anti-organizativa” como Ciancabilla, que empezaron a desarrollar -frente a la organización anarquista unitaria (Unione Anarchica d’Italia) de un Malatesta-, la noción de organización informal, proponiendo así la coordinación entre grupos afinitarios para realizar un objetivo temporal y especifico. La discusión en torno a la afinidad y organización informal se sitúa, por lo tanto en una continuidad histórica.
La organización informal y el espacio de informalidad que la sostiene, pretende oponerse a las organizaciones burocráticas, de síntesis, centralizadas y por lo tanto, formales del movimiento anarquista, organizaciones que generalmente aspiran, además, a reunir a todos los anarquistas bajo la misma sigla, tras la misma bandera, negando así las diversidades que dan justamente la vivacidad, y porque no, la “fuerza” del movimiento anarquista.
De forma general, contra aquellos que, en cualquier ocasión, frente a cualquier obstáculo, plañen por la unidad, ha habido siempre otros compañeros que han elegido preservar su autonomía para actuar no en falange disciplinada, sino en puñados dispersos.
Si escavamos un poco mas en esta noción de grupo afinitario y de afinidad, podríamos abordarla cuestionando la base sobre la que organizarse (ni hablemos de los que han tenido este genial hallazgo del imperativo: “hay que organizarse”, sin mas). El sindicalismo revolucionario ha sostenido por ejemplo la necesidad de organizarse sobre la base de la condición social y mas específicamente la del obrero industrial. Si muchos anarquistas se han adherido a esta opción, nos acordamos también que durante el congreso de Ámsterdam en 1907, Malatesta respondía a Monatte: “déjenos preparar la inevitable insurrección, en lugar de limitarnos a exaltar la huelga general, como si fuera la panacea contra todos los males. Y por favor, quédense para ustedes la objeción de que el gobierno está armado hasta los dientes y que sea siempre más fuerte que los sublevados”. Otros afirman que es necesario organizarse sobre la base que tenemos en común (lo que tiende a convertirse en una especie de sindicalismo ampliado), o sobre la base de una movida/movimiento, pasando del penoso recorrido de discusiones y profundizaciones teóricas en beneficio de puestas en común inmediatas de saber-hacer, de arreglárselas, de cualquier acción, del hecho de vivir juntos, incluso las prácticas deportivas, etc.
Organizarse sobre una base afinitaria significaría, a nuestro entender, mas bien, poner en primer plano el conocimiento reciproco, el compartir ideas y perspectivas, con todas las actividades varias que esto conlleva. La afinidad tiende hacia calidad de las relaciones entre compañeros, un compartir directo y no-mediado (ni por las categorías sociales, ni por un programa, ni por la pertenencia a una determinada comunidad), de voluntades y proyectualidades. Al mismo tiempo, corresponde también al deseo de experimentar aquí y ahora un principio de otros vínculos, de otras relaciones que aquellas enraizadas en la dominación y la alienación. Organizarse según las afinidades aspira también a responder a la pregunta de cómo organizarse sin sacrificar por lo tanto su autonomía de acción sobre el altar de la estrategia revolucionaria; sin reducir “libremente” sus ideas a una resolución tomada por una organización o una asamblea general; sin incorporar y uniformizar todas las diferencias y matices en siglas y grupos formales que se creen así mas fuertes mirándose en el espejo espectacular y deformante de la dominación.
La búsqueda de afinidades es sin duda un largo recorrido, nunca acabado y adquirido. Se desarrolla en primer lugar en el plano inter-individual sin hacer del numero in criterio en si, lo que no significa que no significa que no podamos organizarnos también en varias decenas de compañeros al mismo tiempo (el ejemplo de anarquistas rusos de 1903 a 1907 en Bialystok habla de este respecto). Más que en un crecimiento al infinito, esta búsqueda preconiza la multiplicación de grupos afinitarios que puedan coordinarse según sus voluntades y sus proyectualidades, dentro de espacios informales. De esta coordinación pueden igualmente crearse forma de auto-organización informal, donde organizarse no se vuelve un fin superior que lo justifica todo, sino que se convierte en la consecuencia de proyectualidades compartidas en un juego permanente de composiciones y recomposiciones.
La “organización informal” no se decreta, como tampoco aspira a un crecimiento cuantitativo. Nace y muere con la realización (o mejor, la tentativa de realizar) de un proyecto. Un circulo afinitario puede por ejemplo tomar la iniciativa de empezar una lucha especifica contra tal o cual aspecto de la dominación (un centro de retención en construcción, un aeropuerto, un trazado de alta velocidad o una línea de alta tensión,…), y este proyecto de lucha puede entonces necesitar una coordinación informal entre distintos grupos de compañeros. Estos grupos no estan llamados a sacrificar sus particularidades y sus diferencias en nombre del proyecto. No hay ningún catecismo ni programa sobre el que jugar. En cambio, la organización informal entre distintos grupos afinitarios puede permitir encargarse mejor de los distintos aspectos de la luchaN3.
Subrayemos una vez más que actuar en (relativamente) número pequeño de personas, no quiere decir estar aislado. Lo que determina esta relación no está, en efecto, ligado al carácter de masas del movimiento o de ciertos de sus componentes, sino a la incidencia e pertinencia social de las actividades de los compañeros, de esta minoría activa que puede dialogar con cualquiera, si se dirige a todos apuntando correctamente. Por supuesto, esto no quiere decir que los anarquistas tengan que hacer lo posible para estar solos frente al mundo, renunciar a todo encuentro en nombre de su individualidad: se trata simplemente de rechazar lo cuantitativo como única medida, y buscar más bien la calidad. Fijémonos también en la gran diferencia entre decir “mejor solos que mal acompañados y la soledad es nuestra fuerza”. La primera propuesta apunta a la profundización de los contenidos, mientras que la segunda no es sino un vuelco de la ilusión cuantitativa.
Doble nivel
Reflexionar sobre como puñados de compañeros pueden contribuir a los conflictos en curso, no tiene nada de leninista. En el peor de los casos estos compañeros son quizás demasiado optimistas, pensando que se pueden atizar fuegos que ya existen. Pero ¿no sería este su verdadero defecto? Si se habla de relación leninista, ¿no será mas bien adaptar las propias actividades a lo que “la clase” hace o debería hacer? ¿no sería esto, justamente, un pensamiento puramente estratégico y político?. Los reproches de aventurerismo, de hacer sin pensar, de no tomar en cuenta las condiciones objetivas, etc. Son en general producidos por leninistas, y aparecen en tanto más infundados cuando se sostienen en la confusión que parece actualmente reinar alrededor de los conceptos de insurrección (especialmente en las versiones blanquistas y lucharmadistasN4), de ataque difuso, anónimo y reproducible, o cuando parten de la ideologización de ciertos métodos anarquistas en el espacio del pensamiento virtual (aunque no solamente, según los contextos).
Los caminos que los anarquistas con perspectivas insurreccionales en mente intentan explorar, son probablemente los menos fáciles. Estos se encuentran a menudo acorralados entre una parte del movimiento que reduce todo a la sola apología de la acción, separando el acto de revuelta del resto de nuestras vidas y de la conflictualidad social, y otra parte que hace malabarismos en el terreno de la izquierda agonizante o que sigue perdiéndose en la búsqueda de un enésimo sujeto. El oxigeno para pensar una revuelta que no se deje engañar por la ilusión, o más, por la degeneración lucharmadista, sin tampoco buscar frenéticamente por otro lado, ser alabada por una masa cualquiera, se está quemando muy rápidamente. Podemos decir que el adjetivo que mas a menudo se repite para acabar con aquellas y aquellos que todavía se obstinan en intentar practicar los caminos escarpados hacia una insurrección social es “peligroso”. Su voluntad de que ciertos actos puedan ser repropiados por todo el mundo, se ve denunciada con ligereza y tachada de fruto de manipuladores… y se vuelve fácil entonces adivinar a casa de quien va a ir la policía agolpear. “No es posible hacer las cosas de esta forma!”: no pueden defender abiertamente nuestras ideas, pegarlas en las paredes, escribirlas en octavillas y actuar al mismo tiempo según nuestra propia creatividad: es o hablar o actuar. Por supuesto, no se puede separar los medios de los fines y ellos coinciden, pero dejen de caer discretamente en esa coherencia que no conduce sino a la rigidez y a la cerrazón ideológica.
Este discurso sobre la praxis o la coherencia alcanza un punto tal que podemos preguntarnos precisamente donde reside efectivamente el supuesto “doble nivel”!
La proyectualidad
Aunque sea siempre bueno escupir sobre el oportunismo, criticar a los que teorizan la anulación de la tensión entre teoría y práctica para privilegiar una u otra, repetir que en el origen de todo conflicto social se encuentra la revuelta individual (evidentemente siempre parcial y nunca en abstracto), no pensamos sin embargo que sea superfluo reflexionar sobre nuestros pasos y profundizar sus porqués.
A fin de no estar, por ejemplo, eternamente a remolque de las luchas sociales, sin menospreciarlas o ignorarlas, desarrollar un aproyectualidad consiste en desplegar de forma independiente y autonomaN5, métodos para intervenir en el curso de estas y al mismo tiempo ser capaz de lanzar batallas nosotros mismos, partiendo de los propios deseos y exigencias. Se trata de un conjunto siempre provisional de perspectivas, de análisis y de métodos; es el terreno sobre el que se abre espacio para la vinculación y coordinación de individualidades y grupos afinitarios en un proyecto compartido. De este modo, la proyectualidad abre el espacio para el encuentro, no en el seno de una organización de síntesis en torno a un programa, ni en los lugares de la “movida” donde el colectivo se limita a menudo a compartir vínculos afectivos y a un cierto activismo común, sino directamente en el terreno del enfrentamiento contra la dominación en una dialéctica entre teorías y prácticas. Estas proyectualidades pueden ser diversas, sin recetas ni modelos a seguir, incluso de algún pasado glorioso.
Y cuando los análisis cambian, no significa para nada que cambie la necesidad de atacar, y menos aun que cambien las ideas, pues no son desde luego las ideas las que deberían ser adaptadas a la realidad, sin las proyectualidades y los métodos. Analizar los cambios y las evoluciones de la dominación, tomar en cuenta las mentalidades y las ocasiones puede sin duda alguna modificar nuestros ángulos de ataque, pero no es menos cierto que es con nuestras ideas que iremos al asalto del viejo mundo. A pesar de su carácter de hipótesis inacabadas, en la medida en que la dominación nos mutila como a todos nuestros contemporáneos, no podemos negar que nuestras ideas están a menudo en contradicción fundamental con los valores y las relaciones existentes. Para tomar un ejemplo, si todo en este mundo tiende a reducirse a cuestiones de supervivencia, no nos toca a nosotros blandir el estandarte de su organización colectiva. En cambio, nosotros podemos llevar nuestras ideas de la vida, una vida desmesurada, asumiendo el riesgo de encontrarnos en conflicto con aquellos que hacen de la simple supervivencia su campo de acción. Del mismo modo, no es describiendo, y aun menos disecando minuciosamente hasta el infinito una realidad cada vez mas totalizante que asfixia progresivamente todo sentido emancipador, que aparecerán cambios para subvertirla. Se dará más bien, desde nuestro punto de vista, buscando por ejemplo sus puntos vulnerables que se multiplican también, poniendo de relieve las fragilidades ligadas a la nueva organización social del capital, al alcance de las manos en redes y en flujos.
La reducción de nuestros deseos, de nuestros sueños y de nuestro lenguaje a las categorías impuestas por la dominación seria uno de los golpes más duros que la autoridad haya jamás lanzado contra aquellos que quieren vivir libres. Utópicos, quizás. Irreductibles, por supuesto.
La conflictualidad permanente
Nunca en la historia, la dominación ha podido pretender con razón haber aplastado cada veleidad de revuelta. Nunca ha conseguido convertir a las personas en totalmente dóciles y obedientes. Nunca lo lograra, aunque solo sea porque la vida humana no puede ser enteramente sumisa sino a condición de aniquilarla físicamente. Ciertamente, la historia esta atravesada de momentos más o menos intensos, de aplastamientos momentáneos. Ciertamente, se puede hablar de paz social o incluso de pacificación general, pero esto no quiere decir que la conflictualidad este completamente ausente.
Desde hace mucho tiempo, ciertos análisis o ideologías se han especializado en fragmentar el conjunto de la conflictualidad social jerarquizando los terrenos de lucha. Esto lleva a sus partidarios a no ver conflictualidad sino se expresa de una forma que entre en sus criterios, como por ejemplo a través del solo prisma económico de la explotación. En ausencia de ofensivas obreras, de “precarios”, o de un movimiento social consecuente… esperan entonces la próxima ola para ponerse en juego, y mientras tanto teorizan que el análisis de los límites de la precedente es ya una actividad altamente práctica en si. Sin embargo, lo mismo que la dominación es un conjunto que afecta las relaciones sociales en todos sus aspectos, la conflictualidad no puede ser reducida a cualquiera de sus aspectos singulares, sean los clásicos movimientos sociales de trabajadores, sean los disturbios cotidianos en los barrios, como tampoco se limita a ser la suma de revueltas individuales -más aun en la medida que estas expresiones se influyen unas a otras. Renunciar a tener una visión en conjunto de la conflictualidad social lleva fatalmente acabar zanjas (hay los obreros de las refinerías, los estudiantes, los parados) allí donde debería haber puentes, a rodear de niebla los espacios donde debería de haber luz, a huir frente a las ocasiones de encuentro pero también de antagonismos entre los diferentes aspectos de la conflictualidad social, a poner de forma dicotómica lo que no está opuesto, ahí donde individuos expresan su conflictualidad.
Al contrario, insistir sobre la conflictualidad permanente, es decir, considerarla como un conjunto con diferentes intensidades, donde cada expresión puede dialogar con otra y reforzarse mutuamente, es un primer paso para ser capaces de desarrollar un recorrido autónomo de lucha. Autónomo en el sentido de que no se está a remolque de sujetos en lucha, de movimientos sociales o de fetichismos de la forma (“no es sino cuando hay disturbios que este se torna interesante”); autónomo, en el sentido de que se esta en grado de participar en la conflictualidad social, de nadar en sus olas sin ahogarse, siempre con exigencias propias, criterios propios, a fin de desarrollar una intervención propia.
La conflictualidad permanente consiste también en rechazar la lógica del poco a poco de la política.
En las luchas, surge con frecuencia una armada de formaciones políticas y sindicales listas para enterrar el conflicto, para llevar la contestación sobre una vía defensiva, para apagar a golpe de negociación la revuelta que se incuba. La conflictualidad permanente es, pues también, la elección de no hacer lianzas con ellos, de intentar de echar desde el principio a estos parásitos y recuperadores de la lucha, de no avalar mecanismos políticos como vemos a menudo (o siempre) en las asambleas generales, por ejemplo.
Del ataque difuso y otras cosas
Subrayemos desde el principio que los anarquistas no son los únicos, por supuesto, ni los más numerosos rebelándose contra este mundo. Así como tampoco poseen -y afortunadamente no poseerán jamás- la exclusividad de los golpes lanzados contra la dominación. Sin duda, la resignación está muy extendida, pero no olvidemos nunca que cada uno (es decir todo el mundo) tendrá siempre una capacidad de rebelarse, por muy reprimida que este o muy alejada que parezca. La revuelta no es el privilegio de nadie, es una tensión de cada uno. Es por lo tanto a esta capacidad a la que nosotros pensamos que hay que apelar y en todo momento. La revuelta, entendida aquí en términos de actuar en contra, no puede ser reducida a un instrumento o a una “estrategia”. Todo acto de revuelta conlleva un aspecto íntimamente humano e individual, y mas allá del importe de los daños ocasionados, y la buena o mala elección del momento (más bien ligada a la proyectualidad puesta en práctica que al acto en sí), es sobre todo, el desarrollo de la capacidad autónoma de cada uno lo que trata de alterar; la capacidad personal de entender sus fuerzas, de expresar sus deseos, de armar sus manos. Algunos encontraran esto quizá demasiado idílico o incluso ridículo, pero olvidan que en la guerra social, son humanos los que pelean no soldados obedeciendo a la sola estrategia.
Vista la confusión que parece reinar en el ceno del movimiento, precisemos una vez más en qué consiste la famosa “propuesta de ataque difuso”. No para exaltarlo, en tanto que solo método posible o incluso interesante, sino simplemente para distinguir lo que es y lo que no es.
El ataque difuso es un método particular para intentar animal la conflictualidad permanente. Apunta a la proliferación de estos actos a nivel social, lo que significa insistir sobre la facilidad del modus operandi en términos técnicos y de elección del objetivo (es la cuestión de reproducibilidad de los ataques), sobre su comprensión social inmediata y no mediada, y por ultimo sobre la preferencia por objetivos relacionados con la opresión cotidiana en sus distintos aspectos, más que contra los pretendidos “centros de la dominación”.
Incluso si los primeros en atacar ciertos objetivos pueden ser a veces los revolucionarios, la propuesta de ataque difuso está dirigida a todo el mundo, todas aquellas y todos aquellos que quieren luchar desde bases de auto-organización y acción directa (contra tal o cual proyecto de la dominación, durante una cierta situación social, etc.). El objetivo no es evidentemente la multiplicación de ataques difusos solo por revolucionarios, sino una apropiación (ojo! No aceptación!) Social de la propuesta -y aquí más bien en términos de calidad que de cantidad. El carácter difuso de estos ataques proviene en general de su aspecto anónimo, que se opone a una proliferación de actos políticos, rompiendo de paso toda simetría en el enfrentamiento (especialistas versus Estado). Para decirlo todavía más claramente: el ataque difuso no es una historia de grandes comunicados firmados o no.
Precisemos igualmente que la facilidad y la reproducibilidad de ataques difusos no dependen de una falsa jerarquía entre los medios técnicos. En ciertos lugares o sobre ciertos terrenos de lucha, el uso de la dinamita puede ser por ejemplo socialmente muy extendido y al alcance de muchos (pensando por ejemplo en Bolivia), mientras que en otros lugares, o en otros tiempos, su utilización no llega para nada sola, y necesitaría de una logística enorme. Aquí, la cuestión no es evidentemente adaptarse a la imagen dada de las últimas expresiones de moda de la revuelta, sino más bien de evitar alejar la posibilidad de ataque en su propio contexto. Mas allá del aspecto técnico, el criterio más importante de la reproducibilidad del ataque reside probablemente en la elección de objetivos. En materia de ataque difuso (lo que no excluye por otro lado otros métodos, con otros objetivos, para golpear la dominación), no es lo mismo apuntar a los repetidores de teléfonos móviles que infestan el territorio que golpear la sede de la empresa de telecomunicación (nota de negación: nosotros en base de la reproducibilidad y el ataque difuso evidentemente preferimos los repetidores expandidos por todo el territorio, tal cual la dominación que esta intrínseca en las relaciones sociales y en cada aspecto de este mundo, la dominación que carece de una sede central, que golpear un “supuesto corazón” como objetivo de impacto espectacular). Del mismo modo, existe una diferencia notable entre apuntar a los distintos engranajes de la maquinaria de deportación (empresas, instituciones, colaboradores,…. en cada esquina) y el centro de internamiento en si mismo. La idea base que secunda la propuesta de ataque difuso es que el poder puede ser cuestionado por todos lados, que no está constituido de grandes centros que habría que destruir o de los que podíamos adueñarnos, sino que es el conjunto de todas las estructuras de la dominación que modelan las relaciones sociales (y viceversa), que están al alcance de la mano y deben de ser atacadas N6 (esto, a nuestro parecer, responde la interrogante de no pocos compañeros sobre el hecho de que se tiende a pensar que el proyecto insurreccional anarquista tiende solamente a estar enfocado a los centros urbanos, dejando al margen de la acción y la revuelta a los entornos rurales. Una interrogante producto en si de esa especie de centralización tanto de los métodos, medios y objetivos de los ataques más visibles provenientes de un sector del anarquismo de acción o “insurreccionalistas”).
Así, los ataques difusos no se pretenden significativos y comprensibles solo por aquellos que han digerido las teorías revolucionarias, y deben por lo tanto buscar o crear las circunstancias para poder ser comprendidos directamente, inmediatamente, socialmente y sin mediación alguna. Más allá del aspecto a menudo político de una “reivindicación”, esta manera de concebir la difusión (a golpe de comunicados de ataque) no puede pretender haber creado estas circunstancias por si sola, y menos aun haber profundizado su creatividad para abrir espacios de discusión e intercambio que escapen a la mediación y a la delegación. El juego de estas circunstancias debe ser permanente, como la conflictualidad misma, basándose siempre en el conjunto de aspectos de la lucha.
Un comentario de pasada: ¿qué hay de aquellos que dicen que una diseminación incontrolada de ataques no llevara más que a la policía? ¿De aquellos que, sirviéndose de grandes discursos de teoría revolucionaria, toman distancia de aquellos mismos que afirman que es siempre posible y deseable que los ataques se reproduzcan? Bueno, es simple: nos provocan nauseas. Nauseas de ver a estos acróbatas jugar al escondite con las ideas por miedo a la represión. Si la mirada de la policía se dirige especialmente hacia aquellos que defienden públicamente los ataques, también a causa de estas distinciones. Más allá de este último aspecto, si existe verdaderamente una conspiración en la materia, es también sin duda la del silencio más o menos embarazoso. Evitar hacer referencia a ciertos conceptos por temor a ser identificados, no atreverse a defender la necesidad del sabotaje cuando se es sospechoso, atrincherarse detrás de la izquierda o de los ciudadanistas para operar mejor, jugar la carta inocentista frente al juez… Que cada uno haga como le parezca mejor, ok, pero sean cuales sean sus excusas, al menos no se molesten en fingir haber tenido razón cuando la represión va a golpear a la puerta de aquellos que se mantienen alejados de los dobles discursos y de la táctica política. Y aquí de nuevo se trata de perspectivas, de proyectualidades o de propuestas.
El destino de las luchas especificas
Los tiempos están cambiando, tanto como en las formas en que la conflictualidad social se expresa. Algunos hablan actualmente de explosiones de rabia a menudo muy virulentas; de disturbios que pueden estallar en cualquier momento, de “falta de consciencia y perspectivas” emancipadoras. Procuremos pues no ceñir en un marco demasiado estrecho la complejidad y la multiplicidad de las cosas. Incluso si esta parte ha aumentado considerablemente, y nosotros pensamos, lo seguirá haciendo, la conflictividad no consiste únicamente en explosiones tumultuosas que hablan solo a través del saqueo y la destrucción y que están animadas por aquello que podemos llamar un vacio. Suceden otras cosas últimamente, como, por ejemplo, la revuelta en Grecia del 2008, o las que se siguen dando a las puertas de Europa (Túnez, Egipto, Alegría…). No se trata de querer oponer las formas a toda costa, de retroceder ante las que nos parecen más difíciles de entender, para aplaudir solo las “autenticas” revueltas, sino más bien de buscar la manera de hacerlas comunicar, de hacerlas dialogar.
Más o menos se da lo mismo en relación con las luchas que han tenido lugar en contra de los centros de internamiento, las cárceles o determinados proyectos contra las nocividades. A fuerza de querer evidenciar hasta qué punto están “desconectadas” de otros aspectos de la conflictualidad social, podríamos incluso erigir nosotros mismos barreras infranqueables. Si esas luchas tal vez no encuentran una acogida calurosa y cómplice en amplios sectores de la población, si permanecen circunscritas, no son menos importantes las ideas que contienen, las experiencias vividas en ellas. Partir de un análisis que videncia ciertos proyectos de la dominación y conseguir desarrollar una proyectualidad para luchar en contra, no es ni insensato ni desfasado desde el punto de vista del antagonismo social en general. Junto a otras formas todavía por descubrir y desarrollar, las luchas especificas que parten de una perspectiva precisa, permiten todavía encontrar una base un tanto estable para asaltar el cielo, para evitar quedar suspendido en el desajuste que pueda existir en nuestras ideas y la conflictualidad social, encontrar formas de intervención en esta última. Frente a los nuevos desafíos no sirve de nada arrojar todo por la borda.
Revolución e insurrección
Llegando al final de este texto, nos falta todavía tocar un tema que, nos parece, podría arrojar un poco de claridad a todos los debates en torno a la insurrección y los métodos insurreccionales. Históricamente la cuestión de la insurrección ha sido siempre planteada con la perspectiva de la revolución social. La insurrección no era ni el fin ni el objetivo, más bien un preámbulo, una ruptura considerada como necesaria para empezar a demoler todo aquello que era un obstáculo para la revolución. Podemos acordarnos todavía de esos relatos de revoluciones fracasadas y de la conclusión que compañeros de entonces han sacado después: hay que insistir sin falta en la obra destructiva de la insurrección, porque en caso que (y eso se ha dado a menudo, con magnificas oportunidades perdidas) esta no fuera lo bastante lejos, la revolución estaría abocada al fracaso y la reacción seria “inevitable”.
La cuestión sigue siendo la misma, saber cómo llegar a la revolución social, esa gran subversión de las relaciones sociales, como garantizarle el espacio y el tiempo, el oxígeno y las ideas para que pueda definitivamente arrojar otras bases para la vida y la convivencia.
En este proceso, la insurrección no es más que un “paso”, y nosotros debemos actualmente imaginar de nuevo en que podría consistir. Pero también, como la posible insurrección diferirá de aquellas que hemos conocido en el pasado, en otras condiciones y quizás nos tenemos que preguntar si esta sigue siendo una etapa necesaria, por lo menos en el sentido histórico que ha adquirido.
En la inestabilidad actual y creciente de las sociedades en las que vivismos, las proyectualidades insurreccionales, que tenían básicamente como levantar la tumba de la pacificación de los años 1980 y 90, corren el peligro de encontrarse con un callejón sin salida, simplemente porque la pacificación social no es la misma que hace veinte, incluso diez años. Entonces podríamos proponer intentar ir más lejos todavía, tendiendo de forma más explícita hacia la “revolución”. Acerca de ello, no podemos subestimar lo que las revueltas árabes están poniendo de nuevo en la mesa, mas aun cuando en muchas ocasiones han cumplido en gran medida su “tarea destructora”. Esos momentos, inimaginables hace algunos años, son unas de las experimentaciones en curso capaces de plantear en vivo la cuestión social, incluyendo la de la insurrección y la de la revolución. Dirigiendo nuestra atención hacia ahí, sin por ello dejar de lado la necesidad de la obra destructiva, podemos quizás constatar que el desafío primordial en términos e proyectualidad no es solo de quebrar la resignación, sino más bien de saber cómo hacer vivir nuestras ideas y nuestros sueños una vez que la olla explote.
Notas
N1. Por ejemplo los anarquistas en los Estados Unidos de Norte América, quienes giraban en torno al periódico Cronnaca souversiva, que comúnmente se les conoce como “Galleanistas” haciendo alusión a Luiggi Galleani que fue el editor de dicho periódico; en los años 20 y los que siguieron adoptaron el término “insurreccionalistas” para hacer diferencia de los anarquistas civilistas y para superar esa falsa dicotomía entre anarquismo “legalista e ilegalista” proveniente de los sectores reformistas del movimiento anarquista en ese tiempo. N2. El segundo número de esta publicación, Negación, contiene un texto titulado: Luchas parciales, luchas intermedias y luchas especificas. N3. No hay jerarquía en esos diferentes aspectos de la lucha (difusión de ideas mediante octavillas, publicaciones, periódicos, carteles; ataques sabotajes contra las estructuras de la dominación; apropiación de los medios técnicos y financieros para apoyar la lucha, propuesta y experimentación de formas organizativas en un proyecto de lucha, ect.). No por e hecho de que ciertos grupos asuman más un aspecto que otro, podemos hablar de especialización. Cada uno con su trayectoria y sus búsquedas, y cuanto más vasto sea el recorrido, habrá más variedad de posibilidades. N4. Louis Auguste Blanqui (1805-1881) fue un revolucionario comunista autoritario, que paso más de 30 años en prisión entre varios intentos insurreccionales. Sostenía una concepción de la revolución centralizada (con una organización interna inspirada en la jerarquía militar), vanguardista (un grupo reducido y preestablecido de conspiradores encargándose de tomar decisiones antes, durante y después de la insurrección), jacobina (Paris debía seguir dominando las demás provincias), y que podía llegar a defender una “dictadura provisional”. En el texto, la expresión (Blanquistas) hace referencia a una corriente actual (no solo francesa, también internacional) que pretende rehabilitar la figura de Blanqui como fuente de inspiración para repensar la insurrección hoy en día. Su texto mas conocido es sin día “la insurrección que viene”. La critica a este opúsculo de “la insurrección que viene” fue publicada en el segundo numero de Negación. N5. Con autónoma se refiere a la autonomía del individuo, a la autonomía concebida desde un pensamiento anarquista y no a la autonomía concebida desde el Marxismo Light (autonomismo o anti-capitalismo). N6. Aprovechamos para recordar la irritante obsesión difícil de superar, también entre los anarquistas, de concentrar la fuerza en objetivos enormemente simbólicos. Pensemos, por ejemplo, en las manifestaciones en Grecia, que se concentraron en el parlamento.
Tomado de la revista anarquista Negacion #4, que a su vez fue transcrito de la revista anarquista internacional A corps Perdu #3, en castellano.