La revuelta incendiaria de Noviembre del 2005 en Francia y la hipótesis insurreccional

“Nosotros en el pasado hemos podido hacer -y realmente lo hemos hecho- minúsculos disturbios insurreccionales que no tenían ninguna posibilidad de éxito. Pero entonces éramos verdaderamente pocos, queríamos obligar a la gente a discutir, y nuestras tentativas eran simplemente medios de propaganda. Ahora ya no se trata de insurgirse para hacer propaganda. Ahora que podemos vencer -y que por consiguiente lo queremos-, no hacemos tentativas si no nos parece que podemos tener éxito.
Naturalmente podemos equivocarnos y por cuestiones de temperamento, podemos creer que el futuro esta maduro mientras esta todavía verde.
Pero admitamos que nuestra preferencia esta con aquellos que quieren ir demasiado rápido frente a aquellos que quieren siempre esperar, aquellos que dejan incluso pasar las mejores ocasiones y quienes, por miedo a recoger un fruto no lo bastantemente maduro, lo dejan pudrir todo.”

E. Malatesta, Umanita Nova, 6 de septiembre 1921

Cuando una revuelta social de una amplitud totalmente inhabitual estalla a tu lado, como fue el caso de Noviembre del 2005, no es raro que carezcamos de las palabras precisas. Así se puede fácilmente balancear entre una apología pura y dura, guiada por el entusiasmo o una voluntad de agitación inmediata y una toma de distancia ultra critica, guiada por el miedo o por las experiencias históricas (es decir, mas honestamente, por derrotas del pasado).
Frente a la tentación de calificar demasiadamente rápido los hechos, nos acordamos también que nombrar una realidad, es ya reducirla, que reducirla es rápidamente traicionarla. Así mientras el Estado puede, por ejemplo, definir actos o personas como terroristas en función de la relatividad de sus intereses, los revolucionarios tienden a menudo tendencia a adherir a las revueltas en curso sus deseos y su propia proyectualidad. No solo el lenguaje no es para nada neutro, sino que a menudo sirve para esconder los verdaderos objetivos en juego de la cuestión.

En efecto, cuando el Estado crea categorías de rebeldes, es para aislarles mejor y después reprimirles, mientras que cuando los anti-autoritarios intentan analizar una explosión en curso, están movidos a menudo por una voluntad de mover la subversión.
Si los pasos de estos dos enemigos irreductibles se oponen totalmente -tanto en términos de objetivos como de sinceridad-, la operación reviste, sin embargo, en los dos casos un carácter político, mientras que la batalla retorica se reduce a una querella de definiciones. Estas últimas no harán sino aumentar en todas formas, la separación entre si mismas y la realidad de la guerra social.
Los emeutiers [N1] se convierten así en “chusma” o en “jóvenes proletarios que se equivocan de objetivo”, son “irresponsables” o “desesperados”, “inmigrantes que hay que expulsar” “o victimas post-coloniales”, “destructores de coches y de escuelas inocentes” o “rebeldes de los que tenemos que aprender todos”. Para nosotros no se trata de poner etiquetas, ni de lanzarse ciegamente a la batalla, ni menos aun de cumplir un deber revolucionario. Pensamos simplemente que participando de la conflictividad -a fortiori en el momento en que ella se desarrolla-, tenemos mas posibilidades de comprender lo que sucede en ella, con el fin de aportar las propias perspectivas de un mundo libre de toda dominación.
La cuestión candente ya no es tanto “¿quien es esta gente?” o “¿que apoyo necesitan?”, sino “¿que posibilidades trae consigo esta revuelta?” y “¿que contenidos deseamos desarrollar nosotros en ella?”.

Falsas cuestiones

Cuando Noviembre del 2005 exploto, los debates en caliente entre compañeros sobre las diferentes intervenciones en llevar a cabo nos han dejado a menudo la impresión de una impotencia colectiva. Si vemos fácilmente lo que inmediatamente hace al Estado volverse hostil hacia estos acontecimientos y su necesidad de golpear de forma precisa y fuerte en nombre de la preservación del orden, estamos por otro lado más desconcertados frente a compañeros que analizar al mínimo detalle lo que sucede antes que aportar su contribución. Podríamos fácilmente colocar esta impotencia en la cuenta de la imposibilidad o del rechazo a formular hipótesis revolucionarias, mas allá de la apología del caos y de la guerra de todos contra todos.
Pero ha sido producida más ampliamente por el sentimiento de exterioridad planteado en ese momento por el conjunto del movimiento anti-autoritario: un movimiento cuya relación con los disturbios fue más espectacular que practica y que estaba además empantanado en una concepción movimentista de la revuelta, es decir, en búsqueda de los sujetos a los cuales sumarse. Como si una revuelta estuviera solidificada en el tiempo o petrificada en sus formas y objetivos inmediatos, y sobre todo como si no fuera el fruto de todos aquellos que deciden alimentarla, lejos de todo determinismo que sería casi sociológico. Y como si las complicidades no pudieran tejerse en el interior de la conflictualidad, en el camino.
Frente a una situación de revuelta social cuyo alcance (por su duración, su difusión o sus formas) ofrece posibilidades inéditas, mas que encerrarla en una definición de entomólogo (quien participa, sobre qué bases, para hacer que), +porque no sería imaginable tomar lo que nos habla en ella, aquello en lo que nos reconocemos?. No para unirse acríticamente a “iracundos” o “insurrectos” mitificados allí donde se encontraban ellos antes, sino para intensificar la ruptura de la normalidad y profundizar su expresión ahí donde nos encontramos nosotros. Y en este caso, +que queremos nosotros realmente (mas allá de las clásicas consignas), y que es lo que estamos dispuestos a poner en juego, noche tras noche, día tras día?. Como desarrollar desde el interior de la revuelta, si no espacios comunes, al menos una dialéctica rica en promesas y complicidades entre aquellos que la sustentan… He aquí algunas de las reflexiones que han atravesado demasiado poco las discusiones entre compañeros (mas allá de los reducidos grupos de afinidad), incluso cuando se evidencio que el gigantesco incendio no iba a apagarse tan pronto. Entonces, si no estamos a la búsqueda de excusas individuales para preservar una comodidad (teórica, practica o emocional), sino de pistas colectivas para subvertir la totalidad de este mundo; si ya no se trata de los mecanismos de representación dentro de un movimiento sino de un salto hacia lo desconocido de las posibilidades insurreccionales, no será sino desprendiéndonos de todas las falsas cuestiones de la costumbre militante en que podremos encontrar algún principio de respuestas.

Y algunas respuestas

“Lo que es “contraproducente”, no es quemar su barrio podrido, es ver en ello solamente actos carentes de “sentido histórico”, de “condiciones objetivas” y otros bla bla de marxistas de la comodidad, en definitiva, de no considerar estos acontecimientos sino a través del prisma mediático o de una cuadricula de análisis obsoleta”

La esencia / gasolina de la revuelta, folleto de la Section Cosaques-Jabots de bois, Nantes, 18 de Noviembre del 2005

Las tres semanas (27 de Octubre – 24 de Noviembre) iluminadas noche tras noche por el fuego contagioso en toda Francia han sido rápidamente percibidas de una manera que indicaba muy bien desde que lugar hablaban sus autores.

Las organizaciones izquierdistas o libertarias por ejemplo han visto en ellas una “ausencia de conciencia moral” (Lutte Ouvriere, 7 de noviembre), “comportamientos irresponsables” (CNT Vignoles d’Aquitaine), una violencia que “golpea al azar” (Federación anarquista, 10 de noviembre), actos “de desesperación” (LCR, 7 de noviembre) o de “autodestrucción” (Coordinadora de grupos anarquistas (CGA), 9 de noviembre), inscritos en una “lógica suicida” (No pasaran, 11 de noviembre)[N2]. La federación anarquista asimismo se asocio el 13 de noviembre a los partidos de izquierda (verdes, PC, MJS), de extrema izquierda (LCR, LO) y a los sindicatos (CGT, UNEF, UNSA, Solidaires, sindicato de la magistratura), para firmar una convocatoria común para una manifestación, intentando recuperar la revuelta en el mismo momento en que esta comenzaba a marcar el paso. Todas estas buenas almas precisaron “cesar las violencias que pesan sobre las poblaciones que aspiran legítimamente a la calma, es evidentemente necesario”. Para muchos de estos grupúsculos izquierdistas o libertarios, si fingimos olvidar que se movieron en un principio por la hostilidad y la incomprensión frente al carácter incontrolado de los acontecimientos, habría faltado una dimensión política de clase (es decir en sus palabras una “conciencia” y una “organización”), al menos el inicio de una voluntad constructiva (es decir “reivindicaciones”).
Nos es sorprendente por tanto que ninguno de estos profesionales de la política haya mostrado solidaridad con los emeutiers durante largas semanas, antes al contrario, algunos participaron en rondas ciudadanas para interponerse entre la policía y los rebeldes o directamente para proteger la propiedad privada, tal y como aconsejo el líder histórico de la LCR.

En un segundo tiempo, cuando las cenizas ni siquiera estaba tibias, todo este bonito mundo (y otros también) se precipito para ejercer su habitual chantaje anti-represivo reclamando una “amnistía” para los emeutiers. Y es así que muchos de los que no habían tomado parte en el conflicto -en el mejor de los casos como espectadores y en el peor como pacificadores-, decretaron unilateralmente el fin de las hostilidades (recordemos que la amnistía es el momento que marca una derrota y que esta acordada bajo forma de gracia por el vencedor en intercambio de un reconocimiento de superioridad y legitimidad). Olvidando a propósito que lo que había sucedido no fue sino un episodio de la guerra social cotidiana, sin duda más caluroso que de costumbre y abriendo posibilidades que se habían cuidadosamente despreciado en su momento, estos cadáveres demostraron una vez más que los rebeldes no les interesan solo cuando están muertos o encarcelados.

Cuando la tormenta ya estaba por acabar, algunos compañeros se precipitaron a su vez al clásico apoyo militante a los presos, tal vez por despecho por no haber podido encontrar otras formas de participar en la revuelta, pero siempre manteniendo una relación de exterioridad con ella. El “comité de apoyo a los presos” de Tolouse, el “colectivo estado de emergencia” de Lyon, individuos en Grenoble o la asamblea reunida en la Bolsa de Trabajo de Montreuil empezaron a asistir a las audiencias en los juzgados. Mas allá de las cuestiones materiales desde luego útiles, no tenían nada mas que decir a parte de: “la (vuestra) revuelta es legítima”. Un texto distribuido en la asamblea de Montreuil después de la manifestación del 3 de diciembre en las cites de esa ciudad desarrollara por ejemplo esta crítica: “Creo que la asamblea no puede fundarse tan solo en el santo y seña de la liberación de los presos, aunque sea solo porque es la forma de solidaridad habitual y bien rodada sobre la cual nos replegamos a falta de algo mejor, no en el sentido de que no tenemos nada mejor que hacer, sino porque ponerse de acuerdo para apoyar a rebeldes detenidos parece mas simple que discutir juntos las maneras en las que podríamos expresar nuestra rabia. Es a mi juicio esta posición de apoyo la que plantea las cuestiones de interioridad y exterioridad entre un “ellos” y un “nosotros”… si fue la rabia lo que se expreso y aquello contra lo que ella se ha expresado que nosotros compartimos, hagámonos la pregunta de que es lo que podemos hacer de manera ofensiva…”.

Por otro lado, el Estado movilizo gran parte de sus medios policiales (entre ellos siete helicópteros equipados con las ultimas tecnologías en Lille, Tolouse, Strasbourg, Rennes y en la región parisina) y decreto el estado de emergencia utilizando una ley de 1955 que databa de la guerra de Argelia. Anunciado el 8 de Diciembre por el jefe de Estado, entra en vigor desde el día después por doce días con un toque de queda en 25 departamentos (por simples decretos). El 21 de Noviembre será prolongado a tres meses después de una votación en el parlamento y no será el 4 de Enero del 2006 que será levantado.
Recordemos la declaración y después el voto del estado de emergencia autoriza especialmente un gran número de medidas de policía administrativa (es decir, fuera de todo procedimiento judicial), entre ellas registros por la noche, denegación de residencia a cualquier persona que “busque entorpecer, de la manera que sea la acción de los poderes públicos”, el cierre de lugares públicos (incluidos bares, restaurantes, salas de espectáculos o de debate) y la prohibición de circulación de personas o vehículos en los lugares y horas fijadas por decreto. El recurso al estado de emergencia nos vino a recordar que en caso de problemas sociales persistentes, el poder dispone no solo de hombres armados, sino de todo arsenal legislativo democrático adaptado permanentemente para amordazar, confinar e… internar a civiles “sospechosos” en masa. Si esta medida fue en realidad poco aplicada mas allá del toque de queda, vista la evolución de la revuelta, ni siquiera alcanzaba lo que reclamaban varios alcaldes de todas tendencias (como el socialista Michel Pajon en Noisy-le-grand o el comunista Andre Guerin en Vesissieux), es decir, la intervención directa de todo el ejercito!

Sin detallar mas el resto de dispositivos, precisemos no obstante que, conjugando como de costumbre el tolete con el conjunto de las otras mediaciones, el Estado ha utilizado el resto de su arsenal: llamadas a la calma venidas ya sea de los partidos de izquierda como de las autoridades religiosas (como la Fatwa lanzada contra los emeutiers por la Unión de organizaciones islámicas de Francia el 6 de Noviembre), peinado de los barrios por los mediadores municipales, los hermanos mayoresN3, y otros padres-ciudadanos, promesas de aumento de subvenciones a las asociaciones locales, incluso tomas de posición mediáticas de futbolistas o raperos “que comprendían las razones” de la revuelta pero por supuesto condenaron su expresión.

En cuanto a nosotros, después de varios insomnios voluntarios y de la busqueda a veces desesperada de cómplices, queremos ahora regresar a este episodio no para magnificarlo, sino para intentar sacar de el algunas experiencias y reflexiones sobre la famosa posibilidad abierta o no en aquel momento.

Pasificación y revuelta en el Hexágono

Pensando en particular en los compañeros que luchan en otros lugares del mundo [N4], vamos a volver rápidamente al contexto francés en el cual esta revuelta se ha inscrito, y desarrollar algunos aspectos de estas tres semanas. En efecto, pocos textos se escribieron en el momento mismo y sobre todo muy pocos fueron redactados a continuación, al menos desde una perspectiva anti-autoritaria. Esto demuestra una incapacidad bastante generalizada para pensar las luchas en las que tomamos parte y a veces una facilidad que consiste en lanzarnos a la lucha siguiente en una especie de frenesí activista -la del contrato del primer empleo empezó en la primavera del 2006- sin tomar el tiempo para hacer un balance de nuestras actividades y profundizar.

Sin ninguna pretensión de exhaustividad, y lanzando una mirada hacia atrás el decenio post-68 fue mas bien conflictual en Francia, aunque esta no conociera, como lo hizo Italia, aquella generación que quiso ir al asalto del cielo. Pensamos por ejemplo en su diversidad en el movimiento anti-nuclear, en la huelga de alquiles, en las residencias Sonacotra en 1976, o incluso en toda esa parte del proletariado que rechazo ir a la fabrica como sus padres y se las arreglo para sobrevivir de otra forma. Sin embargo hay que constatar que aquel decenio abrió las puertas a las diferentes alternativas socio-culturales o ecologistas como otras tantas herramientas de integración y llevo a una nueva clase dirigente al poder con la llegada de gobiernos de izquierda en 1981. La reestructuración económica que siguió durante dos decenios bajo el signo de la pacificación social se tambaleo lógicamente por hogueras circunscritas, pero mas allá de las bolsas de resistencia de ciertos sectores obreros liquidados (como los siderúrgicos de Lorena y los de Vireux Note) o reestructurados (como las huelgas de los ferroviarios de 1986 y en 1995), los episodios de disturbios y desordenes vinieron sobre todo de sectores de la población ya desclasados.

“Vaulx-en Velin: Revuelta. Nueve años después de Venissieux, la enfermedad de los disturbios no se ha curado todavía”

Le progres de Lyon, 8 de octubre de 1990

Uno de los primeros “disturbios de los suburbios” que hará después historia sucedió en 1979, tras de una ejecución sumaria por parte de la policía en Vaulx-en Velein (barrio de la Grappiniere), en la región lionesa. Sera seguido de cerca por los acontecimientos de octubre de 1980 en Marsella, donde los jóvenes de los barrios norte se enfrentan con la policía y saquean una parte del centro después del asesinato de uno de los suyos por un CRS (granaderos). En 1981, es en Venissieux (barrio de Minguettes) también cerca de Lyon donde estalla la revuelta que creara el standard mediático de este tipo, con su corte de periodistas embarcados filmando enfrentamientos y coches quemados. Los años 80 y 90 siguieron también marcados por los disturbios en estas zonas periféricas, a menudo después de otros asesinatos policiales, esta forma en adelante banal de gestión del territorio. Por la segunda parte de este periodo, la cronología clásica contempla por ejemplo los de octubre de 1990 una vez mas en Vaulx-en-Velin, los de marzo de 1991 en Sartroville (Y velines), de 1993 en el distrito 18 de Paris, de 1994 en Arles, de diciembre de 1997 en Dammarie-les-lys, de diciembre de 1998 en Tolouse o de abril del 2000 en Lille. Estos disturbios duraban a menudo varios días y cada asesinato policial no a encontrado una respuesta como tal cada vez. Precisemos igualmente que, al lado de estos movimientos específicos, aquellos y aquellas a los que el futuro radiante prometido a través de la promoción por la escuela y la integración por el trabajo aparecía siempre mas ilusorio manifestaron también su rabia durante estas ocasiones caracterizadas por numerosos enfrentamientos, incendios y saqueos: en 1996 bajo pretexto de una reforma universitaria, o en 1994 contra un enésimo contrato precario (en los dos casos los liceos técnicos destacaron particularmente).

A través de estos ejemplos que no son exhaustivos, no pretendemos solo demostrar la evidencia de la continuación de la lucha de clases o de la guerra social, sino también que el Estado francés esta acostumbrado a gestionar disturbios de periferias pobres y de una parte de la juventud. Se trata de formas de contestación que, aunque “radicales” hacen parte desde hace tiempo del modo de regulación de la conflictualidad social. La historia reciente de los conflictos obreros (y a veces campesinos), con secuestros de ejecutivos, incendios y saqueo de stokers, peleas con la policía, amenazas de hacer volar la fabrica con bombas de gas, destrozos de subdelegación de gobierno u otros ejemplos dan testimonio de ello. Por otro lado, cuando el conflicto amenaza con golpear seriamente el pais, podemos recordar que el ejército ha ya intervenido, como en el invierno de 1986 para romper la huelga del metro parisino y del RER -trenes de la periferia- (transportando a los “usuarios” en camiones del ejército), o en 1992con sus maquinas de ingeniería para desbloquear los peajes a los camiones que amenazaban con paralizar la economía del país.
Entonces, cuando algunos se extasían sobre las formas colectivas (disturbios, saqueos, bloqueos) que a veces puede tomar la contestación social aquí, nosotros deseamos simplemente reinscribirlas en el seno de las relacione sociales en las que la forma no presagia priori nada de fondo. Lo que a veces marca la diferencia no es tanto la cuestión de los medios empleados para llegar a sus fines, sino los fines en si mismos.

El sindicalismo informal (el “derecho a”) o los disturbios reivindicativos de “movimientos sociales a la francesa” tanto como pueda serlo el reformismo armado en otros contextos, han siempre topado con los mismos escollos. Haciendo del Estado su interlocutor, le ofrecen a este una puerta de salida para hacer cesar los desordenes y negociar alguna cosa. Se sitúan en una relación de pedir más que de tomar y formulando reivindicaciones precisas, empiezan por hablar el lenguaje del poder. Poco importa después que estas formas resulten de un juego entre las bases y los aparatos sindicalistas o que ellas dependan mas de un proceso de autoorganizacion (como fue el caso con las famosas coordinaciones de estudiantes, ferroviarios, enfermeras) que desbordaba a los profesionales de la cogestión de la fuerza de trabajo. La correlación de fuerzas que se instaura entre dos adversarios que se reconocen mutuamente y desean llegar a un acuerdo se apoya sobre una lógica muy diferente a la de un movimiento de rabia o de revuelta que, extendiéndose podría desembocar en una subversión de las relaciones sociales.
Precisemos que estos movimientos arrancan generalmente para oponerse a una medida del poder y no para arrebatar un poco mas que las migajas y cuestionar a trozos enteros el orden social (como pudo ocurrir en 1968). Desde luego también hablamos de un periodo de fuerte reestructuración donde la operación fordista de post-guerra que consistía en obtener mejoras (salario, condiciones de trabajo, paro o vacaciones) a cambio de la paz social esta fuertemente puesta en tela de juicio en beneficio del capital. Esta claro entonces que los movimientos sociales son mas propensos a intentar salvar los inmuebles que a conquistar algo mejor. Estos distintos elementos, que explican a la vez el carácter globalmente defensivo de estas movilizaciones y el apego al Estado como mediador ilusorio del conflicto capital / trabajo, no deberían hacer pasar la forma (a veces “radical”) por el contenido.

Yuxtaponer voluntariamente las explosiones de los suburbios y los disturbios de fracciones de la juventud con los movimientos de huelgas y de enfrentamientos de distintos sectores salariales, permite de inmediato desechar la idea de cualquier especificad “radical” que estaría preservada a una categoría particular de protagonistas de la guerra social. Pero esto permite sobretodo subrayar una tensión mucho mas interesante: al lado de este movimiento reivindicativo de asalariados que tendía esencialmente a preservar sus condiciones de supervivencia contra una degradación constante y que aspira todavía a una gestión de izquierda del capitalismo, se ha desarrollado en efecto otro movimiento, más difuso y que ha podido igualmente cruzarse con el primero.
Está ligado tanto a una rabia contra una situación de mísera sin fin (con la figura con frecuencia del hijo de inmigrante de suburbio o de obreros de zonas desindustrializadas destinando a empleos subalternos y precarios alternados con el paro), como, mas generalmente, a una revuelta contra una realidad angosta y carcelaria. Algunos en efecto han comprendido poco a poco sobre su propia piel, que se encuentran frente a una guerra total que ya no arremete únicamente contra un aspecto u otro de las condiciones de vida, condiciones que todavía se podrían cambiar o reformar (paro, racismo, educación, policía). Que ya es el hecho mismo de existir lo que es atacado, el hecho de formar parte de esa masa de pobres superfluos para el proceso productivo y destinados a pudrirse in situ.
Este movimiento se ha vuelto mas visible a partir de los años 90 y se ha afianzado mucho estos últimos años, pero existe todavía antagonismo en aquellos que esperan todavía algo del poder (un buen trabajo y una formación adaptada, una policía respetuosa y una justicia igualitaria) o luchan contra las categorías y limites de este (reivindicaciones, colectivos representativos, delegación) y los otros. Un antagonismo que atraviesa igualmente a cada individuo y que hará que si la rabia continua presente la revuelta pueda, según el caso, ser comparada con migajas o ser conducida tras los barrotes.

“El futuro parecía sombrío y estábamos lejos de imaginar que el despertar vendría de los estudiantes de secundaria. Percibíamos esta generación como prematuramente prudente y conformista, atrapada entre la tecnología y la moda, respetuosa de la autoridad y que, en los movimientos pasados, tenía el aire de querer pedir más “lápices y mas vigilantes para estudiar en buenas condiciones” sin un cuestionamiento de las instituciones. Nos vemos obligados a reconocer que estamos equivocados. Este movimiento estudiantil dura ya tres meses…”

Cuatro páginas de Alertad a los bebes, junio 2005

Acerca de Noviembre del 2005, hay que confesar que algo ha cambiado. O más bien, como en una historia que avanzaría a saltos, que algunas prácticas se han vuelto a extender: movilidad salvaje, enfrentamientos esporádicos, difusión de grupos afinitarios, una cierta complementariedad entre los modos de manifestarse. Como si el movimiento de los enfurecidos se hubiera extendido, o hubiera contaminado finalmente una parte de aquellos que, hasta entonces, no habían tomado nota de que bien pocos lograría hacerse un lugar al sol. En el transcurso de este periodo, algunos espacios se reabrieron ofreciendo, mas allá de las formas especificas, un nuevo reparto posible: que la rabia común se transforme en revuelta.
Desde la primavera, es decir, algunos meses apenas antes de Noviembre, el conjunto del movimiento estudiantil contra la ley Fillon desarrollo modos de expresión menos encuadrados (manifestaciones salvajes en pequeño numero, bloqueos móviles de ejes de carreteras o de estaciones de tren), permitiendo a muchos encontrarse en el, pero también de crear una diversidad de prácticas mas allá de las ocupaciones de institutos o de los saqueos, como en la estación de tren de Lyon. Mas generalmente, estos encuentros -o más bien esta convivencia todavía confusa entre una reivindicación cualquiera y una rabia que no tiene otro objetivo que armar un desmadre-, desde entonces se ha multiplicado: además del movimiento de estudiantes de la primavera del 2005, podríamos citar también el mes de primavera del 2006 en numerosas ciudades contra la enésima reforma de la enseñanza, o los días de enfrentamientos de mayo del 2007 tras la elección presidencial de Sarkozy.
Si la revuelta de Noviembre del 2005 marcara entonces, mas que antes la reapertura de nuevas posibilidades, no será tanto a la luz de una perspectiva insurreccional (vista su limitación en el tiempo y espacio, sus límites en términos de implicación de categorías mas amplias y sobre todo las referida a una ausencia de perspectiva en positivo), sino mas bien de una intensificación de la guerra social en un contexto particular. Es hora ya de entrar un poco mas en los detalles.

Una revuelta generalizada de los suburbios?

Todo el mundo recordara quizás que la revuelta partió de la periferia parisina en Clichy-sous-Bois, tras la muerte de Zyed y Bouna (17 y 15 años) el 26 de octubre del 2005. Perseguidos por la policía, se refugiaron en un transformador eléctrico, donde cayeron fulminados. Metin, escondido con ellos se salvo a pesar de las graves quemaduras. Este acontecimiento no tiene nada de excepcional en zonas controladas totalmente por una policía que no duda en hostigar a la población a golpe de humillaciones, controles, cacheos, palizas o tiros con balas de goma. Y la continuación podría haberse desarrollado también como ordinariamente: coches quemados y lanzamientos de piedras contra la policía de la zona, una manifestación organizada por los allegados y forzosamente silenciosa (parece que callándonos respetamos a los muertos… y no vengándolos ruidosamente), un eventual encuentro con las autoridades, algunas promesas a la familia (un trabajo, un piso) a cambio de un llamamiento a la calma. Y la vida de marginación que continua como si nada hubiera pasado.

Casi todo esto ha sucedido, pero esta vez la historia no se ha quedado ahí. Las tres primera noches centenares de personas de Clichy se enfrentaron a la policía con piedras y petardos, arremetieron contra el ayuntamiento o la Poste (Correos frances), coches y paradas de bus. La segunda noche tirarían incluso balas contra los CRS (granaderos). A partir de la cuarta los jóvenes del pueblo vecino de Montfermeli incendian el parking de la policía municipal en solidaridad y a partir de la quinta se queman los coches en el departamento de Seine st Denis, mientras que estallan enfrentamientos contra la policia. Al cabo de diez días, perdemos la cuenta de los suburbios de toda la región Ile-de-France y después de todo el país, de norte a sur (empezando por Begles, Orleans, Rouen, Roubaix, Evreux, Perpignan) que se suman poco a poco al movimiento. Esta extensión geográfica continuara a lo largo de tres semanas. El gigantesco incendio que desgarro estas largas noches partio claramente de ciertos suburbios en un movimiento en espiral que sale de Clichy hacia los pueblos vecinos, luego se extiende al departamento y a la región antes de tocar otras ciudades de Francia, e incluso algunos barrios de Bélgica y de Alemania. Sin embargo, reducir simplemente este movimiento a una “revuelta de los suburbios” sería un error, probablemente ligado a la impresión que dejaron los quince primeros días.

La banlieue no es más que el nombre genérico de los barrios periféricos de las grandes ciudades. Incluye por lo tanto también los banlieues de ricos como numerosas zonas de chalets que no han seguido la revuelta mas que en la televisión, o a veces en la calle, pero a menudo para efectuar rondas ciudadanas e impedir la llegada hipotética de las “hordas de barbaros”. Precisamos también, para los compañeros extranjeros, que las banlieues no son siempre a la imagen de la gran corona parisina, con sus inmensos edificios concentrando a decenas de miles de habitantes aislados geográficamente en medio de ninguna parte y encerrados entre vías rápidas, autopistas y red ferroviaria. Los enrabiados han sabido aprovecharse del hecho de que ciertos barrios no están siempre construidos muy lejos del centro de la ciudad como en Lillie y en Tolouse y que estos pueden incluso inscribirse en una continuidad urbana que ofrece numerosas posibilidades incendiarias (como en la región norte o en la banlieue mas cercana a Paris).
Al contrario, numerosas banlieues pobres no participaron en la fiesta. Lo que especialmente abre un interrogante es que barrios que salen regularmente en los titulares a menudo no juzgaron oportuno alimentar esta revuelta, incluso en sus momentos mas intensos, cuando había quedado claro que iba a durar. Pensamos aquí en la segunda ciudad del país, Marsella, mientras que muchas otras metrópolis regionales estaban ya implicadas (lLille, Tolouse, Strasbourg, Nimes, Lyon, Pau, Greno,…) y en un cierto número de ciudades de la banlieue parisina. Las tentativas de explicación se contestan sin duda caso por caso, aunque podemos citar desordenadamente la imposición de relaciones mafiosas ligadas a la gestión municipal o las diferentes formas de ilegalismos y de dificultades reales practicas, como en el caso de Paris intramuros, que estaba literalmente blindada por la policía. Otro elemento es que existen igualmente zonas en las que los emeutiers estaban demasiado aislados y eran demasiados conocidos por una vecindad demasiado hostil como para participar plenamente en los acontecimientos: si muchos habitantes fueron claramente solidarios a pesar de los famosos coches quemados -sin los que esta revuelta no habría podido durar tanto en muchos lugares-, no es suficiente ser pobre par sublevarte o simplemente compartir la práctica del incendio voluntario. Lo sabemos de sobra.

Finalmente, y es este uno de los aspectos fundamentales de lo que paso en Noviembre del 2005, la revuelta se extendió mas allá de las banlieues. Los periódicos, bien inspirados por los informes cotidianos de la jefatura de policía, tenían por su puesto interés en focalizarse día tras día sobre esas zonas, a fin de apuntar la monstruosidad del antagonismo. Una toma de distancia hecha posible por la figura del sujeto fantasmal de la revuelta, una especie de bárbaro hiper violento, sin racionalidad, de origen inmigrante y… de la bnlieue. Sin embargo, e incluso a través de sus informes cotidianos (en particular de la prensa regional), encontramos incendios en pueblos pequeños o en ciudades sin banlieues. Lo mismo de entre los compañeros noctámbulos en lugares mas alejados no son pocos los que se han cruzado con otro pequeño grupo en el transcurso de sus diambulaciones.
Claro, a fin de cuentas, visto que llevar una gorra (como llevan frecuentemente los jóvenes de la banlieue) no es siempre indispensable para poder servirse de un encendedor, ¿que tendría de raro que una parte de la población se apropie de este método universal de expresar la cólera: el fuego? Y ya que la práctica del sabotaje en los lugares de trabajo es también un arma tradicional en la lucha de clases, o que ciertos obreros no han dudado en otro tiempo a incendiar (o amenazar con hacerlo) la famosa herramienta de producción (Moulinex, Cellatex, ACT,…), ¿que tendría de sorprendente que una parte de ellos se hubiera aprovechado a su vez de la ocasión? Por otro lado, entre las personas que desgraciadamente fueron condenadas por haber incendiado empresas, muchos eran, o habían sido, empleados de estos establecimientos.
Y no olvidemos la suma de venganzas personales contra el concejal, el fascista del lugar o servicios sociales cada vez mas tacaños.
Al final está claro que los cerca de 10.300 vehículos incendiados (de los cuales muchos pertenecían a servicios públicos, mas los buses quemados en aparcamientos enteros, coches de empresas de alquiler o concesionarios) y las centenas de edificios atacados (de los cuales 233 era edificios públicos y 74 privados, destruidos), en mas de 300 municipios, según as cifras oficiales, sin duda minimizadas, no han afectado exclusivamente a las banlieues, ni el hecho fue exclusivo de incendiarios que vivían en esas zonas. Si la revuelta se inicio ahí, esta empezó a enriquecerse a partir de la tercera semana, de forma interesante, con nuevos cómplices.

Un lenguaje común: la destrucción

“Fueron los helicópteros alrededor de nuestras cabezas por la noche, el toque de queda y porque no el ejercito. Para acabar la guerra. O entonces arrojar dinero a todo el circulo asociativo, o sino trabajos de criados para esperar. Pero no pedimos un trabajo, es la vida entera que queremos tomar”

C7H16, numero único, 2006

La superación de las mediaciones tradicionales y la ausencia de reivindicación en esta revuelta ha perturbado manifiestamente y no poco, a los especialistas a sueldo en disecar las palabras de otros. Ciertamente los micrófonos encontraron por aquí y por allá bufones a los que pudieron calificar de banlieue, dispuestos a exponer su idea sobre lo que podría haber motivado este incendio aparentemente sin pies ni cabeza. Pero a menudo su respuesta ha sido tan irrisoria que nadie podía darle algún crédito seriamente. Lo que escapado a todos los recuperadores huérfanos de palabras es precisamente este lento movimiento que corría desde hace dos decenios, alimentado por la existencia creciente de pobres que no solo no se hacen mas ilusiones sobre lo que este mundo puede ofrecerles, -ya tienen experiencia- sino que llevan también dentro una palabra y un asco que ninguna palabra alcanza a contener.
Así se nos ha dicho que los rabiosos no hablan y sin embargo su revuelta se ha extendido como un reguero de pólvora en pocos días, recorriendo miles de kilómetros. Se nos ha dicho que los rabiosos no entendían ni escuchaban nada y sin embargo han conseguido tener en jaque a la policía de ciudades enteras noche tras noche. El lenguaje del fuego ha sido mas claro que cien palabras y ha sido comprendido por miles de personas. Lo que Noviembre del 2005 ha mostrado de forma clamorosa es que mientras exista un sentido común (incluso negativo) ligado a una condición similar, no hay ninguna necesidad de consignas (ni siquiera un consensuado y demagógico “Sarkozy degage”!-Sarkozy lárgate!) o de organización colectiva formal para atacar de forma eficaz; es que el lenguaje puede muy bien pasar de reivindicaciones para transformarse en actos, incluso actos bien dirigidos y repetidos a gran escala.
Sin comprenderlo algunos fueron a la caza de las supuestas causas de la revuelta -bajada de las subvenciones a las asociaciones en tal lugar, falta de empleo en las ciudades de la periferia en las zonas francas, dificultados en el aprovisionamiento de cannabis, etc.- sin poder imaginar que los objetivos apuntados por los sublevados decían mucho: es el conjunto de las estructuras del Estado (comisarias y escuelas, ayuntamientos y oficinas de hacienda, centros culturales y la Poste, transportes y ANPE (INEM francés) y privadas -zonas francas y grandes almacenes, centros comerciales y cedes políticas) que fueron entregadas a las llamas de forma continua.
Durante estas tres semanas, había algo mucho mas fuerte que las reivindicaciones: la afirmación social de que no hay nada que mejor en este mundo, nada que reformar, sino todo que destruir. Que nada de lo que se nos “ofrece” (tanto el gimnasio como la escuela, la empresa como el supermercado) es para preservar, aunque pueda desagradar a todos aquellos que rechazan por ejemplo “ver la opresión en los servicios públicos del Estado”. La relación social que se materializo en esta ocasión no podía ser más clara: en sus peregrinaciones, las decenas de miles de sublevados de hecho no han atacado una injusticia o una desigualdad particulares (el urbanismo penitenciario, los asesinatos policiales o el racismo y la exclusión de los habitantes de la banlieue) sino todo aquello que produce su condición misma de individuos superfluos, es decir el conjunto de un mundo colocado bajo la regla de la atomización y de la masificación.

Y si esta relación ha podido parecer radical, en tanto que no persigue nada “en positivo” (y menos aun en el corto plazo de esta revuelta), no fue ni por su grado de “violencia”, ni por sus consecuencias sociales. En un mundo basado en la violencia de la explotación y de la dominación, en efecto, no se puede decir verdaderamente que el grado de “violencia” de los sublevados sea un criterio de radicalidad. En cuanto a las consecuencias sociales, sin prejuzgar un futuro (es decir los frutos y los encuentros adquiridos durante esta experiencia) es mas bien al parcial aislamiento de todos los revoltosos de Noviembre a lo que hemos asistido. Su carácter radical es más bien la dimensión general que ha planteado que le ha dado: la de una crítica despiadada de los que hace este mundo, una crítica basada en la destrucción ( y no en la autogestión por ejemplo) y llevada por la condición real de amplias franjas de la población pobre, sin ilusión. Por otro lado es incluso esto lo que ha permitido a otros miles a encontrarse, aunque su número fuese en último termino limitado.
Señalaremos también en este sentido que apresar de las numerosas ocasiones que se presentaron, pocos comercios y empresas fueron finalmente saqueadas y esto forma parte de prácticas habituales en la normalidad de la supervivencia cotidiana. La mayoría fueron presas de las llamas. Cuidándonos de no interpretar esto con ojos de ideólogos para ver ahí demasiado rápido una crítica clara a la mercancía (“el paso del consumo a la consumación” como alguien dijo en referencia a los disturbios en watts en 1965), no es menos cierto que esta tensión entre saqueo e incendio ha basculado en favor del segundo en el curso de estas tres semanas… La existencia misma de esta tensión y su conclusión provisional eminentemente practica, dice igualmente bastante sobre la crítica social elaborada en ese momento, sin concentración, por la totalidad de los revoltosos.

Grupos de afinidad e incendio voluntario

El ultimo punto que falta por abordar es por tanto justamente el de las formas de auto-organización en el interior de este movimiento. Si hablamos de revuelta y no simplemente de clásicos disturbios, es para empezar, porque esta ha superado una zona y una fracción precisa de la población, y después porque su contenido a superado la oposición a algunos aspectos limitados de la dominación para arremeter en contra de una condición de lo existente mas general. Pero también es porque si el disturbio se encarna tradicionalmente en formas colectivas como grandes enfrentamientos cara a cara con la policía o en saqueos y destrozos en masa en un terreno dado, es obligado constatar que han sido mas bien en otras formas las que ha prevalecido esta vez. No es por casualidad que ha habido relativamente pocos policías heridos, apenas 224 de los 11700 desplegados y en cambio muchos incendios. E incluso allí donde los enfrentamientos han tenido lugar, ya no se trataba tanto de mantener un lugar para afirmar la fuerza de un barrio frente a otros o para tomar tiempo para organizarse, sino de desarrollar una “guerrilla urbana” cuyo objetivo principal entre otras cosas era herir al máximo numero de uniformados (emboscadas, disparos de arma de fuego). El ejemplo mas exitoso en esta materia de desarrollara dos años mas tarde en Villiers-le-Bel tras dos nuevos muertos (15 y 16 años) cuando 118 policías serán heridos por 81 tiros de armas de fuego en apenas dos noches (del 25 al 27 de Noviembre del 2007).
Las otras formas se desarrollaron adaptándose por un lado a las delgadas posibilidades dejadas por el enemigo en los barrios mismos (el despliegue policial de noche y la ocupación permanente de día tras el toque de queda) y por el otro en función de la ubicación de los objetivos elegidos por una mayor parte de los sublevados.
Una vez destruido todo aquello que podía serlo inmediatamente (es decir, no gran cosa en aquellas zonas), desde coches a los raros comercios y equipamiento urbano y no pudieron enfrentarse frontalmente a los uniformados que ganaban terreno con agilidad como en superioridad numérica y material noche tras noche, la inteligencia colectiva en efecto se oriento de forma espontanea hacia la movilidad y la multiplicación de grupos autónomos. Si ya hemos visto como esto ha podido modificar la graduación de los enfrentamientos mientras estos se producían, la consecuencia principal de estas practicas fue que los centenares de grupos que abandonaron la defensa casi militar y centralizada de su territorio ( a la que los policías querían conducirles) se fueron a propagar el incendio a quilómetros de allí: en las zonas francas pobladas de franjas industriales y en las zonas comerciales, en las partes accesibles de las ciudades vecinas y en barrios administrativos.
Si estas formas se han mantenido colectivas, han sido generalmente mas organizadas en torno a pequeños grupos difusos de individuos móviles que a oleadas de emeutiers concentrados. Grupos que por tanto se auto-organizaron mas por afinidades (compañeros de instituto o de futbol) que por “bandas étnicas”, según el cichle racista en boga.
Cuando se trata de llevar el ataque mas allá de sus bases, lo que fue el caso a menudo de los revoltosos de mas edad (mientras los mas jóvenes se dedicaban a multiplicar el incendio de vehículos y a los destrozos), las relaciones de confianza, de amistad y de experiencia común sobrepasan rápidamente aquellas de simple convivencia forzada o de falsa pertenencia. Añadimos a esto que otros grupos e individuos de distintas edades mas aislados o que habitan simplemente en zonas distintas, han alimentado a su vez por todos lados el debate en curso recorriendo a grandes pasos lugares más inesperados (desde lugares de producción -como ese estudio de producción televisiva que alberga los decorados de TF1 en Asnieres/Seine- a esos coches de policía aparcados en el recinto del palacio de policía en Burdeos).

Con su armada de CRS y de gendarmes para “saturar el terreno” , sus medidas administrativas (estado de emergencia, toque de queda para los menores, prohibición de vender gasolina al menor y sin carnet de identidad) y sus unidades móviles de la BAC (brigada anti-criminal) para detener a los emeutiers en acción, el primer balance de la represión no podía sino ser importante: en octubre del 2006, el ministro del interior reivindicara cerca de 4700 detenidos en “delito fragrante”, mas unos 1300 en el marco de las investigaciones judiciales después de los hechos. El de justicia se jactara de 1328 encarcelaciones (108 de los cuales eran menores, mas 494 presentados ante un juez para jóvenes).
En cuanto a los famosos extranjeros, de cuya expulsión Sarkozy hizo bandera en caso de detención el 9 de Noviembre, será 83 los encarcelados (es decir, la misma proporción que ellos representan en la población, un 6%) y unos cuantos acabaran amordazados y esposados en la parte trasera de un avión, por ejemplo un malines de 22 años el 3 de febrero del 2006 y un habitante de Benin de 20 años el 25 de febrero. Todo esto no impedirá que toda la propaganda siga desencadenándose, jugando a gusto con las distintas de enemigos internos creados a propósito, para continuar asociando el concepto de “chusma” al de habitante de la banlieue y de este al inmigrante y para rizar el rizo, de inmigrante a terrorista en potencia.

Noviembre del 2005 y la cuestión insurreccional

“Si la violencia nos debía servir solamente para rechazar la violencia, si no le asignamos fines positivos, mas valdría renunciar a participar como anarquistas en el movimiento social, mas valdría librarse a su faena educacionista o adherirse a los principios autoritarios de un periodo transitorio. Pues yo no confundo la violencia anárquica con la fuerza pública. La violencia anárquica no se justifica por un derecho; ella no crea leyes; ella no condena jurídicamente; no tiene representantes regulares; ella no se ejerce no por agentes ni por comisarios, incluso si son del pueblo; ella no se hace respetar ni en las escuelas ni por los tribunales; ella no se establece, se desencadena, ella no detiene la Revolución, la hace avanzar sin parar; ella no defiende a la sociedad contra los ataques del individuo: ella es el acto del individuo afirmando su voluntad de vivir en bienestar y libertad”
La revue anarchiste, 1922

Con todos estos elementos una constatación se impone: este movimiento de revuelta ya no corresponde al viejo movimiento obrero y a la visión pasada de la insurrección. En nuestros clásicos anarquistas teníamos de un lado la teoría de una clase que debía a la vez afirmarse para enfrentarse al capital mientras era obligada a negarse en cuanto a tal para abolirlo y por otro lado, individuos que se organizaban en su seno para lanzar insurrecciones aprovechando relaciones de fuerza menos desfavorables, contando con llegar a estas a través de su aspecto ejemplar y compartiendo sus objetivos. El lenguaje tenia un papel importante (propaganda oral y escrita) y los terrenos susceptibles de llevar a un punto de ruptura eran varios: radicalización de ciertas reivindicaciones obrera, agitación en torno al coste de la vida, fraternización de la tropa con los sublevados, toma de territorio… Ahora que las revueltas que nos ha tocado vivir aquí y que llevan un contenido radical (y no únicamente formas) están mas movidas por una rabia o un asco, es decir por una negatividad, mas que por una aspiración en común que haría de la destrucción del viejo mundo un momento de apertura (nosotros no hablamos por supuesto del horror de un programa), ¿podemos analizarlas todavía de la misma manera?
Si seguimos el esbozo de definición de la presentación del dossier [N5], lo que diferenciaría una revuelta generalizada de una insurrección seria especialmente el hecho de “llevar un sueno revolucionario”, el sueno de otro mundo, de desarrollar una crítica social que contiene los gérmenes de una sociedad futura. Si pensamos por ejemplo en los sublevados de 1948, en los de la comuna de Paris de 1871, en los españoles de 1936 y de antes, en los sublevados de Budapest en 1956, está claro que también peleaban en positivo: podemos decir que por un mundo de igualdad y de libertad, de compartir y de justicia, por retomar sus palabras. Lo que ha cambiado desde entonces no es ciertamente la dominación, que continua sembrando la mísera y la muerte por los cuatro rincones del planeta en nombre del provecho de unos pocos. Sus últimos desarrollos Tecno-industriales le han conducido incluso a penetrar dentro de nuestros cuerpos y a devastar la tierra de forma irreversible, haciendo planear una amenaza de catástrofe mayor permanente con, por ejemplo, la multiplicación de instalaciones nucleares.
¿Entonces? Lo que ha cambiado en los paraísos de la mercancía democrática occidental, no es solo el grado de alienación y de adhesión a este sistema, produciendo una relativa pacificación social, sino sobre todo la dificultad de imaginar un mundo diferente: ya no hay comunidades campesinas ni clase obrera, es decir, algo común sobre lo que empezar a construir. No queda más que lo negativo, la oposición a la comunidad del capital a partir de ella misma, es decir, destruir todo aquello que nos convierte en explotados. Como expresión material de esta negatividad en marcha, el movimiento de Noviembre del 2005 nos muestra a la vez sus límites y posibilidades. Pues si no ha sido un clásico movimiento de banlieues, aunque haya surgido como tal, no ha sido tampoco un movimiento pre-insurreccional. Ha sido más bien una revuelta social difusa que se agoto por falta de participantes, de tiempo y espacio.

Su corta duración sin duda no ha permitido a un buen número de personas unirse a esta revuelta, ni desarrollar en esta otras formas que fuesen mas allá de la destrucción incendiaria nocturna. Si una superación de sus componentes sociales iníciales (jóvenes de periferias urbanas, parados, rebeldes) estaba sin duda en germen, unas pocas semanas se revelaron como un lapso de tiempo demasiado corto para que una parte de aquellos que, pudiendo compartir sus razones se decidieran a implicarse en ella. De hecho este mismo limite, que evidentemente no era debido a los sublevados, ha explotado también en la cara de todos aquellos que no, reconociéndose en las formas desarrolladas en Noviembre, no consiguieron aportar contribuciones por otros medios (manifestaciones, huelgas, ocupaciones, sabotajes, desordenes). A fin de cuentas, esto refleja claramente la profundidad del desastre de la atomización (¿con quién tomar iniciativas?) y de la perdida de autonomía (¿como organizar algo y que?), que son unas de las marcas de nuestra desposesión.

Esta dimensión temporal implica igualmente un segundo aspecto, que no es solamente reducible la duración: la transformación del tiempo social en un momento de ruptura, con el fin de que deje de ser únicamente el de la competencia, las obligaciones y el aburrimiento y que se convierta -aun provisionalmente- en el de una libertad que permita la imaginación practica y el entusiasmo proyectual, la discusión y la auto-organización. Para disponer de este tiempo diferente hay que arrancarlo a los imperativos sociales. Por ejemplo, asumiendo que la huelga general es todavía una condición necesaria, no podemos olvidar que esta permitió en mayo de 1968 a millones de personas romper con la rutina de la supervivencia y empezar a “estar por encima de si mismos”. Ya que hablamos de romper el curso de la normalidad para crear este tiempo necesario, esto significa, para empezar, provocar una ruptura con el ritmo cotidiano del capital, el de los asalariados, el de la escuela o el de la televisión.

Otro aspecto crucial que falto a esta revuelta fue el surgimiento de un nuevo espacio social que solo puede empezar a romper la separación de roles y jerarquías. Seria vano esconder un límite de este Noviembre del 2005, que fue la reproducción de los roles sociales. Sin duda que una gran parte de las zonas implicadas simpatizaban con la revuelta (para ofrecer protección, reabastecimiento, o movilidad a los emeutiers), pero tuvo lugar sin que los papales hombre/mujeres, padres/hijos, grandes/pequeños hermanos hayan sido cuestionados. Del mismo modo, las separaciones artificiales creadas, alimentadas y reproducidas entre los explotados han sido poco superadas, lo que ha permitido ampliamente al poder aislar a los protagonistas iníciales de la revuelta jugando con todos los clichés y todos los miedos. Sobre todo, estos ha impedido a un gran número de explotados críticos reconocerse en esta revuelta, a pesar de la claridad de los blancos a los que se apuntaba. La irrupción de un nuevo espacio social, entendido como terreno de experimentaciones y de encuentros inesperados y no únicamente como espacio físico ligado a una experimentación de territorios, es de crucial importancia. Si partimos de la constatación precedente de lo “negativo” donde la única comunidad que queda es la del capital, el signo de un comienzo de emancipación efectiva será el inicio del trastorno de estos roles y separaciones, es decir, atreves de una subversión de las relaciones sociales. Incluso si cada uno parte como es lógico, de aquello que es, la extensión de la revuelta significa no solamente que son numerosos aquellos y aquellas que se reconocen en ella mas allá de las categorías sociales, sino también que se instaura una dialéctica real entre estos distintos rebeldes. Y para que esto último se produzca mas allá del tiempo arrancado que permite auto-organización y comienzo de proyectualidad, se necesita un espacio de confrontación. Si hemos escuchado a menudo que en un mundo totalizador, atacar uno de sus nudos corresponde inmediatamente a tocar la totalidad, la ruptura del curso de la normalidad ofrece un ejemplo suplementario: desde el comienzo de una revuelta, el bloqueo de transportes de carreteras y trenes, o la perturbación de transmisiones eléctricas, ofrece a los insurgentes a la vez la posibilidad de acelerar el tiempo histórico y de provocar la apertura de este espacio que les son vitales.

En un mundo que empuja sin para hacia la guerra civil, una gran parte de la población se aferra todavía al Estado con la esperanza de preservar lo poco que le queda. En noviembre del 2005, los encuentros generados por la intensificación dela guerra social y capaces de conducir a una revuelta generalizada no se han dado. En diciembre del 2008 en Grecia estos se han buscado. En los dos casos, hemos asistido a una explosión de rabia que se ha transformado en revuelta, pero la extensión social de esta ultima cada vez ha tropezado con esta misma falta de tiempo y espacio, oxigeno indispensables para una subversión de las relaciones sociales. Lo que ha faltado quizás en los dos casos es por tanto ese pequeño punto que apenas ha encontrado partidarios, a pesar de la gran cantidad de incentivos voluntarios: la ruptura con la rutina de la explotación para una gran parte de la población, como consecuencia del sabotaje relevante de infraestructuras de transporte y de comunicación.

Una cuestión queda sin embargo en suspenso: el paso de las revueltas generalizadas a la insurrección, es decir, la superación de lo meramente negativo contra ciertos aspectos de la dominación, así como también “el sueño de otro mundo”.
Excepto algunos conceptos específicos en los que una continuidad del movimiento revolucionario y una historia particular de luchas hacen todavía esta aspiración posiblemente difusa, los únicos proyectos críticos “en positivo” ya parecen estar más del lado de la reacción: el retorno a una Edad de Oro (encarnada en formas comunitarias precoloniales o precapitalistas que nunca han tenido un gusto demasiado pronunciado por la libertad de los individuos) o una restauración de la peste religiosa (vehiculada por ciertas sectas protestantes como por los que sostienen un islam radical).
Frente a esto, algunos podrían tranquilizarse diciéndose que el problema de la revuelta de noviembre del 2005 ataño mas aun su generalización que a su contenido (aunque también limitado) y que no hay ahondar en esta dirección para buscar un “positivo” común y emancipador. No obstante, no podemos decir que nos encontramos en Francia en un periodo de intensa conflictividad -los años 70 quedan lejos- y esta revuelta por ahora es bastante excepcional. También podemos afirmar que una de las cuestiones a plantear no es tanto “¿por que ha estallado?” si no mas bien “¿porque no estalla mas a menudo?”. De hecho la dominación toma cada vez mas ventaja del antagonismo, lo que le permite por ejemplo multiplicar las medidas preventivas (extensión de la videovigilancia, formas de encarcelamiento cada vez más diversificadas y masivas, penalización mas dura de “incivismos” y creación de nuevos delitos, aumento incesante de guardianes de la paz social, preparación para operaciones conjuntas policía/ejercito). Y lo que es mas, experiencia histórica y lucidez acerca de las expresiones cotidianas de rabia que le obligan, sabemos bien que la tensión guerra de todos contra todos/guerra social atraviesa a toda la sociedad, pero también a cada individuo: en una situación de disturbios, lo peor o lo mejor se puede producir y una misma persona puede realizar tanto lo uno como lo otro en función de los momentos y situaciones.

La revuelta de Noviembre del 2005 en Francia no nos deja sin embargo huérfanos, aunque la observación de la conflictualidad -al menos en Europa- nos lleva más bien a prever una diseminación de disturbios y un antagonismo privado de proyectualidad que puede estallar en cualquier dirección.
Esta revuelta ofrece incluso una hipótesis preciosa a los analistas más pesimistas de lo real: lo negativo de la revuelta no fue enteramente absorbido por lo que algunos reducen al nihilismo de la dominación. Mejor, si la explosión de Noviembre del 2005 no fue la excepción que confirma la regla, sino la expresión todavía mas balbuceante del retorno de una crítica social radical de todos los aspectos de lo existente (sin que se apoye en ningún sueno), es seriamente posible, al menos aquí, pensar en obrar en el seno de lo negativo con vistas a mantener y compartir nuestros sueños. No es el retorno de los Cosacos, sino un horizonte que es alcanzable: el de una revuelta difusa que podría transformarse en una forma de insurrección todavía inédita, si esta consigue encontrar espacio y tiempo suficientes. Un espacio y un tiempo que los anarquistas pueden sin duda contribuir a profundizar si no renuncian a su ética individual frente a situaciones de revuelta cada vez mas ambiguas, ni a su proyectualidad en nombre de la complejidad de las formas actuales de dominación.

Notas:

1 La palabra Emeutier puede ser traducida al castellano mas o menos como disturbio o motín cuando tiene lugar en la cárcel. En francés el imaginario relacionado con emeutier va mas alla del mero enfrentamiento con la policía: históricamente ligado a las barricadas o a los tumultos populares. Hoy en día se asocia sobre todo con una práctica de destrucción colectiva en las calles (tanto de destrozos como de incendios).

2 Aquí cabria apuntar las palabras de Braulio Ornedo mediante su periódico “motín” (México) donde en un artículo absurdo sobre las revueltas en Francia 2005, sin cesar repitió lo mismo que sus compinches Franceses de la Federación anarquista y los otros grupúsculos mas aquí mencionados. Así como los colectivos que en su tiempo integraron lo que ahora se conoce como la Federación Anarquista de México (FAM), especialmente la cúpula “dirigente”.

3 Grands freres: literalmente “hermanos mayores”, este concepto esta ligado al control social en los barrios ejercido por personas dotadas de un poder informal (debido a una supuesta autoridad moral que podría estar basada en un pasado delinquente, como en una religiosidad reconocida o en un éxito personal) o formal ( a sueldo de las autoridades locales para tareas sociales, culturales o deportivas).

4 Donde faltaron las informaciones, sin duda, pero donde la deformación producida, bien por el prisma televisado, bien por ciertos textos disponibles no ayudo. Pensamos especialmente en España con los fantasmas de Miguel Amoros (la cólera del suburbio en golpes y contragolpes) en el 2oo5 y en Alemania con las necedades periodisticas-sociologicas aparecidas en Banlieues.
A estos dos ejemplo le súmanos México donde el poco material disponible fue el mismo libreto del marxista Amoros y un nefastísimo artículo aparecido en el periódico “motín” donde se repetía el mismo discurso de “actos vandálicos” y se proponía que en vez de “quemar coches y demás desmanes” se crearan cooperativas en los barrios, sindicatos de trabajo, ect. La misma propuesta integradora de estos voluntarios reformadores y recuperadores de lo existente. Esperamos este articulo ayude a resolver algunas dudas al respecto y llenar el vacío de ignorancia que dicho artículo dejo en el entorno anarquista y anarcopunk -activo en ese tiempo- en este país.

Tomado de Negacion, a la vez transcrito de la revista Acorps perdu

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