Las cárceles son el sustento de la sociedad donde vivimos, son el sustento del sistema; ellas existen en el campo y en la ciudad. Las prisiones como instituciones de control fueron creadas a partir de la idea del poder de tener un medio en el cual reprimir de forma permanente tanto a los inconformes como a quienes manchan su moral; en definitiva las cárceles están hechas para encerrar en ellas a quienes subvierten el orden y perturban la paz social. Pero también pasan por ellas todo tipo de “criminales”, pues las cárceles son en parte un instrumento mediante el cual el poder se sirve para justificarse frente a una sociedad necesitada de justicia ante la criminalidad que el mismo sistema crea con sus condiciones de vida; pero que al mismo tiempo es fruto de la servidumbre moderna y voluntaria. En las cárceles vagan entes sin espíritu, y no porque carezcan de el en su totalidad, sino porque el sistema penitenciario ha aniquilado cualquier vestigio de misericordia. Las cárceles destruyen al individuo, lo aniquilan, lo pervierten, lo impulsan a adaptarse en la sociedad o a seguir entrando y saliendo de la cárcel. Es por eso mismo porque no estamos por la abolición progresiva de la prisión, sino por su destrucción; es por eso y por más porque destapamos la mentira de la readaptación social de los presos y nos negamos a gritar consignas reformistas que muestran las fallas del sistema para que este sea quien las corrija. Las cárceles son como las ciudades, son lo mismo pero todo más compacto, más inframundo, más desgraciado. La cárcel es sin corazón decía algún preso, ¿y como llevarla a cabo con corazón si en ella no hay más que un sufrimiento escondido detrás de caparazones que aparentan fortaleza y malicia? La cárcel solo se libra con determinación y se destruye con la acción que ataque a todos los pilares que la sustentan.
Tanto adentro de las cárceles, como afuera, aquí en las ciudades, en estas megalíticas prisiones, el control del Estado está siendo cada vez más compartido con las empresas del capitalismo, casi hasta el punto en el cual el Estado se está viendo subordinado al Capital. Los capitalistas, los grandes poderosos son los que mandan. Y no son precisamente los poderosos de corbata y portafolio, sino también aquellos que visten de pantalones vaqueros y tienen a su servicio a sicarios a sueldo. Como en Tampico Tamaulipas donde el CDG (Cartel del Golfo) son propietarios de la cárcel local. Poderosos grandes capos del narco y poderosos propietarios de las grandes empresas que destruyen a este planeta son enemigos por igual porque buscan el poder a costa de la represión, del genocidio, del ecocidio, de la supresión de la libertad, de a represión, del belicismo y de las prisiones.
Desgraciadamente algunas perspectivas revolucionarias que aún buscan sustentar el poder, no rechazan ni critican el uso de cárceles en el imaginario sociedades futuras, en sus comunidades o zonas de control. Las llamadas cárceles del pueblo para nosotros simplemente son una reproducción a pequeña escala de las cárceles del enemigo, cumplen prácticamente la misma función, aunque estas estén apegadas a “los llamados principios revolucionarios” de grupos de poder -por lo general Marxistas-Leninistas-. De esta manera, el poder y sus medios de control y represión nunca serán destruidos, solamente se le cambiara de nombre, de color y de ideología. Es por este tipo de cuestiones que criticamos fuertemente a las “alternativas”, que no son otra cosa que las mismas estructuras de la sociedad autoritaria pero presentada de “revolucionarias” o “autonomas”; son estructuras mediante las cuales se va sobreviviendo al margen de esta sociedad. Por eso se llaman “alternativas”, porque son las salidas alternas al sistema y no son menos que una adaptación al mismo.
Pero las cárceles son empresas, sí, pero son grandes coorporaciones que no funcionan solas, pues también son sustentadas por los izquierdistas de siempre y por esas ONG quienes buscan el supuesto bienestar de los presos pero a costa de seguir manteniendo un instrumento de represión tan viejo como el Estado, o quizás aún más viejo, no lo sé. Tal es el caso de la Asociación de Correccionales de América (ACA), una empresa americana que se dedica a la certificación de las prisiones, o sea que practicamente cuida del “buen trato” a los presos y que las cárceles cumplan con todas las medidas tanto humanitarias como en infraestructura. El gobierno mexicano ha contratado los servicios de esta empresa.
Según un reportaje publicado en la revista proceso -el cual, como buen ejemplo de lo anterior se encarga de hacer ver los fallos del sistema penitenciario (denunciarlos) tanto como de las empresas que le sustentan invitando a que el mismo sistema sea el que los corrija- la certificación penitenciaria por ACA inicio en abril del año 2011 a petición del ex presidente Felipe Calderón, a través del programa de correlaciones financiado con recursos de la iniciativa Merida. ACA que es una organización estadounidense y cuyo representante en México es un tal Eduardo Guerrero, desde entonces (del sexenio de Calderón y a la fecha) ha certificado 16 penales federales en la república, ocho de Chihuahua, uno de Baja California y cuatro del Estado de México. Pero no solo son los izquierdistas de siempre quienes con sus prácticas pacifistas y reformistas, sustentadoras del orden y la paz social, los que hacen posible que las prisiones (y esta sociedad de mierda) sigan en pie, también lo son algunas empresas que se benefician del encierro. Empresas como Telmex, Cementos Apasco, constructoras como ICA y más grupos de poder son quienes se encargan de hacer que nuestras vidas se conviertan en cifras económicas, lo cual quiere decir: ganancias para ellos.
Para nosotros las cárceles no necesitan ser abolidas, pues no creemos en una “deconstrucción” (maldita palabra que invita a adquirir una posición y un discurso más como y aceptable) parcial del sistema, nos cagamos en el reformismo (y en la mediación) por ser la ideología que más directamente contribuye a la existencia de las cárceles (y de esta sociedad de mierda), sino que procuramos su destrucción total. En una sociedad de libres, únicos y desiguales no puede haber lugar para la cárcel, no puede haber lugar para el encierro, sean cárceles del Estado, sean cárceles del pueblo, o como se quiera disfrazar a ese medio de control y coacción de la libertad. No hay lugar para ella y por lo tanto debe de ser destruida en conjunto con la totalidad de lo existente. Nuestras armas para atacar esta realidad son las del sabotaje, la acción directa: medios fácilmente reproducibles contra objetivos precisos como empresas que construyen prisiones o que colaboran en su construcción por citar un ejemplo. Pero también lo son nuestras otras armas: la autonomía, la conflictualidad permanente y la autogestión. De hecho este periódico es una de nuestras armas, pues no hacemos diferencia alguna entre unas armad y otras, es decir entre unos medios de intervención y otros. Nuestras armas, todos los medios acordes con los fines que procuren la destrucción de las prisiones, del encierro y del poder. E incitamos a no menos que esto.
Por un insurrecto cualquiera en pro de la destrucción de esta y cualquier sociedad carcelaria
México Abril-Mayo 2016
Texto tomado del periodico anticarcelario “El anticarcelero” #1, México DF.