La ley es un artefacto que castra las aptitudes humanas; que piensa, dirige y crea nuestras vidas por nosotros y tal concepción implica la mutilación de la parte más única y auténtica de nosotros.
Por eso, quien decide tomar su vida en sus manos al margen de la máquina podrida es mirado como “raro”, “antisocial”, “criminal”, etc.
No podemos pensar soluciones dentro de los “marcos democráticos”, que con sus políticas de exterminio amedrentan a sus habitantes con despojos, violencia y muerte.
He escuchado rumores sobre una amnistía promovida por algunos partidos políticos e instituciones políticas y creo que es necesario puntualizar aquí mi postura de rechazo a toda forma de instrumentalización de las energías del pueblo para mantener el orden. Algunos piensan que una amnistía podría sanar los intereses del pueblo, hechos añicos ante la imposición de la riqueza a costa de la esclavitud económica; nosotros no queremos “salir” de una cárcel para entrar a otra. Queremos ser libres realmente, fuera de sus realidades virtuales, y si eso implica destruir su sociedad lo haremos pensando que algo nuevo debe nacer para hundir por siempre esta civilización podrida que nos obliga a ser autómatas y engranes de la maquinaria…
No importan las “luchas políticas” si no el conflicto permanente que existe en todas partes; pueden aprisionarnos pero no detendrán la revuelta. Vecinos inconformes salen a las calles a repudiar los proyectos inmobiliarios que causaran el despojo y desplazamiento forzado de miles de familias que no tienen los recursos suficientes para costear la privatización del espacio público. La privatización del agua es también un síntoma más que evidente que refleja el cómo en realidad nos ven los poderosos. Esclavitud moderna, enajenada y edulcorada con lujos, drogas y demás aspiraciones capitalistas.
No necesitamos amnistías porque no queremos ni necesitamos leyes que rijan nuestras vidas; el espejismo del progreso nos hace creer que el Estado y el gobierno son necesarios y por lo tanto no percibimos directamente los síntomas de que nos estamos convirtiendo en cómplices de la matanza de nuestros pueblos…
Queremos ver propagada por todas partes la insurrección que destruya al poder centralizado, yugo común que cargamos todos los pobres en la espalda.
Saludamos los actos de insubordinación a los estándares de vida internacionales que pretenden convertirnos en piezas eficientes de su maquinaría.
Nosotros, los marginados, somos los que soportamos el peso de esta sociedad y como ya no somos necesarios en su sociedad tecnológica justifican nuestra masacre por medio de guerras informales contra la droga en lugares donde curiosamente la gente tiene tradiciones comunitarias de vida distintas a las del Estado.
Todo aquel que vive en un barrio pobre sabe desde niño que el negocio de la droga se maneja de forma paraestatal, es decir, con el establecimiento de la mafia como una corporación que regula el control interior del territorio mientras que la policía actúa en una doble moral aportando sus esfuerzos para un buen funcionamiento de la mafia. Así la mafia se presenta como una subpolicía que regula no solo el tráfico de drogas, sino todos los negocios formales e informales que existen en el territorio. Sin embargo, si esta situación llegó a masificarse se debe a que en su origen el tráfico de drogas es tan sólo un negocio más de la hidra capitalista.
Un capitalista siempre será un monstruo voraz y depredador, ya sea que se dedique a las empresas “legítimas”, ya sea a las denominadas “ilegales”. Los capitalistas están motivados por un deseo insaciable de ganancias. Harán cualquier cosa por dinero y por eso las relaciones entre capitalistas “legítimos” y el “crimen organizado” están tan íntimamente ligadas.
No podemos confiar nuestras vidas y la de nuestros seres queridos en manos del Estado/Mafia, ellos son los causantes del genocidio y de la matanza que se respira diariamente. Como anarquistas llevamos a cabo una guerra contra el poder, contra todo cuanto intenta determinar a los individuos y alejarlos de si mismos.
Es por eso que incendiamos sus recintos, saboteamos sus líneas comerciales y atacamos los símbolos de sus sociedades. Asaltamos sus ciudades porque la urbanización es el máximo altar al encarcelamiento masivo, de la privatización de los recursos económicos. El mismo transporte público es un símbolo que recuerda al marginado que no es bienvenido en los grandes centros urbanos. El alza del metro, la monopolización por la misma empresa que intenta acaparar todo el mercado en el ámbito de la movilidad en la ciudad con su prototipo terrestre metrobús son síntomas de la privatización total de las ciudades.
La cárcel es sitio común para todos en esta era tecnológica, por lo tanto debemos generar caminos y rutas que nos ayuden a vivir al margen, reinventando nuestras vidas cada día y reapropiándonos de ella.
En guerra hasta que todos seamos libres.
Fernando Bárcenas